El castillo de las mentes prodigiosas (22.00, Antena 3) ha abierto un nuevo horizonte televisivo. Después del reality-show llega el reality-yuyu, una modalidad monstruosa de reclusión voluntaria. Diez videntes encerrados en un castillo, compitiendo a ver cuál de ellos tiene la mente más prodigiosa. Las pruebas son juzgadas por un tribunal. No sé quién da más miedo, si los concursantes (entre los cuales, Leevon Kennedy, que dijo: "No tengáis piedad con los falsos profetas") o el tribunal (padre Apeles). Alicia Senovilla actúa de anfitriona, una elección apropiada, ya que su impulsivo desparpajo es imprescindible para torear tantas vanidades. Ya lo demostró el primer día, interrumpiendo la enfermiza locuacidad de Paco Porras con un certero: "No te ofusques, Paco".
Entre los concursantes, videntes italianas, argentinos, cubanos, españoles, mexicanos, clarividentes, espiritistas, santeros, el cordial creador de la astromúsica, unos objetivamente más presentables que otros.
Las dos primeras ediciones, lentas e interminables, sirvieron para presentar a los personajes y explicar unas reglas algo confusas y demostrar que lo bueno es cuando se insultan y se pelean, o sea: nada nuevo bajo el sol. El divino Otelma realizó un ritual en directo para dejar de fumar. La música de fondo estuvo a la altura de las circunstancias y subrayó las ya de por sí temibles imágenes. Hay, además, una voz enmascarada que, como la voz en off de los concursos, reparte justicia. A estas alturas ya puedo confesarles la verdad: tengo miedo. Cuando el divino Otelma dijo: "Deseo purificar mi cuerpo", escuché volar dentro de mi cabeza miles de murciélagos y me repetí el mantra con el que el gran Jordi Costa liberaba nuestras atormentadas consciencias: "La telebasura no embrutece, purifica". Caen techos, la gente se pelea, gritan, se insultan, amenazan con querellarse y el espíritu de la audiencia envenena el ambiente. Paco Porras también contribuyó a calmarme, ya que le he visto descender a niveles de indignidad sólo comparables con los nuestros. Y otro detalle que humanizó el programa. Cuando Senovilla le preguntó a la bruja Lola a quién echaba de menos, la vidente se emocionó y dijo que a su marido, que está enfermo. Fue uno de los pocos momentos de autenticidad: descubrimos que detrás del espectáculo hay necesidades y que, en el fondo, todo es una manera de ganarse la vida. Y que esos magos y videntes, pese a sus túnicas y su retórica, sus velas y sus peleas, son tan vulnerables como nosotros. Puede que hoy sea la última emisión. Pero si ya hemos aceptado que la audiencia no puede ser el único baremo para juzgar un programa, deberíamos convertir esta rara y espeluznante experiencia audiovisual en referencia de culto. Sólo así amortizaremos las horas que hemos perdido viéndola.
[El castillo de las mentes prodigiosas (estrenado por Antena 3 el 23 de marzo) contó el pasado martes con una media de 1.403.000 espectadores y una cuota de pantalla del 10,6%].
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 6 de abril de 2004