Qué fácil es matar y qué difícil va ha ser seguir viviendo para los familiares de las víctimas, difícil para los heridos y para los que saliendo ilesos del salvajismo, nunca podrán borrar el horror de sus ojos y su mentes. Qué fácil es matar a la gente que va a trabajar, a estudiar, a los niños y niñas que van al colegio, a la gente corriente, a los que intentamos vivir de una manera normal y pacífica, parece que para los asesinos todos estamos en el punto de mira, todos somos "el enemigo" ese enemigo producto de sus elucubraciones, de su fanatismo.
Cuando empiezo a establecer paralelismos, a pensar que en mi casa también esta mañana mis hijos y mi marido han salido al colegio, a trabajar, todos nos hemos despedido y por un momento inconscientemente he intentado memorizar la ropa que llevaban, el gesto de la despedida, las miradas, y sin poder evitarlo he comenzado a llorar acordándome de uno de los tantos testimonios de ayer, en que un hombre buscaba desesperadamente a su mujer y a su desesperación se unía el no saber cómo iba vestida y le angustiaba el no poder reconocerla. Un escalofrío me ha recorrido la espalda, no sé cómo expresar, ni sé que decirles a todos los que de una manera u otra han padecido este terror, sólo sé que cuando lo intento me pongo a llorar.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 7 de abril de 2004