Ayer estuve por tercera vez en el acceso exterior de Atocha. Ya sólo quedan unas pocas velas alrededor de las columnas. Las flores ahora son de papel. Ya no están los ositos de peluche para Patricia. Pero ahí siguen los carteles y la gente los sigue leyendo, algunas personas visiblemente emocionadas... Una chica recogió un cartel que una ráfaga de viento arrancó de la columna y lo volvió a colocar donde estaba. Esto me hizo pensar en hasta cuándo se dejarán y en qué sentirán los que den la orden y qué sentirán los operarios que retiren los carteles y limpien los ladrillos que muchos también usaron para plasmar sus emociones.
Se quiere hacer un monumento. Los monumentos sirven para honrar a través del recuerdo. Se podría dar una capa de resina o forrar con vidrio esas columnas. Qué mejor monumento que esa muestra espontánea de sentimientos de gente corriente, gente como la que iba en los trenes.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 9 de abril de 2004