Los problemas que está teniendo el Trambaix no son más que una muestra de los que sufren todos los días el transporte público y los peatones en una ciudad rendida al automóvil como Barcelona. La única manera de frenar la contaminación, los accidentes y el ruido procedente de los coches es endurecer y hacer más caro su uso, aumentar las multas y el coste de los aparcamientos, crear más zonas peatonales, cambiar la frecuencia de los semáforos para hacer más difícil la circulación privada, etcétera. El tranvía no sirve rodeado de coches que van a la suya como siempre.
Londres o Zúrich deberían ser los modelos que seguir si queremos aumentar la calidad de nuestras ciudades, frente a los que se empeñan en ir con su coche a todas partes.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 11 de abril de 2004