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DON DE GENTES

Waterloo

Las mariconas hemos dado a nuestros hijos una educación extremadamente liberal; entonces, ¿por qué nos mienten igual que nosotros mentíamos a nuestros padres cuando Franco?

YO SIEMPRE he sido muy maricona. Ahora hay muchas que se lo hacen, pero la verdadera maricona es genética. La maricona nace, no se hace. Yo siempre he sido mariconcísima. Mariconas ilustres han sido Liza Minelli, nuestra Esperanza Roy, Mariola Fuentes, Barbra Streisand, Loles León, Alaska y un largo etcétera. Las mariconas han tenido, por lo general, vidas muy desgraciadas y narices muy grandes. Yo lo de la nariz lo cumplo de lejos; en cuanto a lo de la vida desgraciada, soy la excepción que confirma la regla. A las mariconas les resulta difícil encontrar marido porque son mujeres de carácter regularcillo. Las mariconas, además, no encuentran marido que llevarse a la boca porque suelen estar rodeadas de gays que las adoran pero que no las satisfacen sexualmente. Ésa es la razón por la cual a las mariconas se les agría el carácter y se vuelven sarcásticas, y entonces el mundo gay las quiere todavía más y más, y eso hace que jamás se relacionen con hombres heterosexuales. Es la pescadilla que se muerde la cola, la verdad. Hay casos extremos, como el de Liza Minelli, en que deciden casarse con alguno de esos gays porque se sienten muy solas. El caso de Liza Minelli es todavía más sangrante porque repite la historia de su madre, Judy Garland, que se casó con un gay, Vincent, el padre de la propia Liza; pero la cosa venía de más antiguo, porque ya la mamá de Judy hizo lo mismo, casarse con un gay, o sea, que Liza es nieta de gay, hija de gay y esposa de gay. No me extraña que mezcle alcohol con barbitúricos. Lo raro es que no se pegue un tiro. Pero también hay mariconas que se enamoran como la que más y son insultantemente felices con sus parejas, como yo o como Mariola Fuentes, que, por cierto, tiene como suegra a otra maricona (Loles León). Pero debemos reseñar que la maricona es siempre mujer temperamental, no fácil. Una maricona con la regla puede ser hasta peligrosa. Si encontráis a una en ese estado, no la perturbéis, dejadla sola. Sé de lo que hablo. Soy maricona desde la más tierna infancia. A las mariconas nos encantaba el grupo ABBA. Las mariconas de mi generación fuimos fans del grupo sueco y a raíz de que ganaran Eurovisión con el mítico tema Waterloo nos hicimos un traje napoleónico y hacíamos play back en fin de curso y no nos daba vergüenza. Por algo éramos... mariconas. Toda esa reflexión sociológica sobre el mariconismo no ha sido improvisada, estoy escribiendo un ensayo: Mariconas Pop. ¿Y por qué saco a colación este temazo que no le interesa prácticamente a nadie? Porque esta semana se ha cumplido el trigésimo aniversario de la victoria de ABBA en Eurovisión y es una efemérides que me ha tocado la fibra, qué caramba. En estos treinta años, las mariconas de mi generación nos casamos, nos pusieron los cuernos, nos separamos, nos volvimos a casar, tuvimos hijos, nuestros hijos van a la Universidad y un día llegan a casa y nos preguntan: "Mami, ¿a que no sabes lo que es una Mariliendres?". Nos lo preguntan como si, por el hecho de ser madres, fuéramos gilipollas. Y cuando les decimos: "Una tía que siempre está rodeada de gays", nos miran con extrañeza, como si nos descubrieran por primera vez. "Mami", preguntan con miedo, "¿tú no serás una Mariliendres?". Y entonces sonríes, con la misma sonrisa entrañable que pone la madre de Dani Pedrosa en el anuncio del Colacao, y piensas: "Para mí siempre serás ese niño al que dejaba en la bañera durante horas con unos superhéroes con los que jugabas mientras yo hablaba por teléfono y te desatendía, según me reprochas actualmente". Por suerte, no había entonces defensor del menor. Las mariconas hemos dado a nuestros hijos una educación extremadamente liberal; entonces, ¿por qué nos mienten igual que nosotros mentíamos a nuestros padres cuando Franco? El otro día, sin ir más lejos, estaba yo como siempre en un probador de Jepa, que es una tienda de ropa que, según dice mi santo, no sin maldad, se mantiene gracias a mí, porque es un hombre que no entiende que para mí ese dinero que me gasto allí es como una terapia porque allí me quieren como persona humana y no por el dinero que me dejo (que es un huevo, lo admito); pues eso, estaba en ese probador en el que me siento como en mi propio fregadero y me llama mi hijo y me dice que llegará a casa tarde porque está investigando en la biblioteca de la Facultad, y yo le digo: "Vale, hijo, investiga, que eso te honra, mientras tu madre sigue aquí con estos dependientes curándose la soledad". Al cabo de cinco minutos me vuelve a llamar y me dice que está a dos pasos de donde yo estoy, acompañando a su chica a que se compre una camiseta. ¿Y cómo has hecho para recorrer esa distancia enorme en cinco minutos, hijo mío? Y entonces me dice: "Bueno, mami, adiós, que se me acaba el saldo". No hay que ser muy idiota para darse cuenta de que si me volvió a llamar es porque al saber que, oh, casualidad, estábamos en la misma calle, nos podíamos encontrar de narices en ella. ¿Pero por qué me mintió la primera vez?, se pregunta una madre defensora del liberal-mariconismo. Porque los hijos necesitan mentirnos para desarrollarse como personas. Él no me ve como esa joven maricona que yo fui. Él piensa que cuando lloro viendo en la tele el aniversario de ABBA es porque soy mayor, antigua y algo hortera, como todas las madres que en el mundo han sido. Él cree que ABBA es antiguo. Ya ves, ABBA, que empezó siendo un grupo de dos matrimonios heterosexuales y acabaron enrollándose los dos maridos. Hasta para mí, que soy maricona, es superfuerte, tía.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 11 de abril de 2004