Tengo el ánimo alto desde el primer día del atentado, gracias al mecanismo de asumir que soy un afortunado a la vista de lo ocurrido y que, salvo la avería de mi pierna, el resto lo tengo bien.
A pesar de ello, lloro, he llorado y continúo llorando. Lloro cuando leo los proyectos sesgados por las bombas, lloro cuando no entiendo por qué nos han podido tomar como objetivo. He llorado cuando he visto llorar, he llorado cuando 11 millones de personas se han echado a la calle a pesar de la lluvia que caía sobre ellos, lluvia que se mezclaba y confundía con las lágrimas de los manifestantes y de los que queríamos pero no podíamos manifestarnos.
Y continúo llorando cuando repasando las fotos de los fallecidos descubro caras conocidas, anteriormente anónimas, hoy conozco algún nombre y en especial he llorado cuando te he visto, Sanaa, no sabía tu nombre pero todos los días te veía subir en Alcalá con otra persona que pensaba sería tu hermano y he descubierto que es tu tío Ahmed.
Mi ánimo sigue fuerte y espero que no decaiga. No obstante, continuaré llorando.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 13 de abril de 2004