Miedo. Soy un usuario habitual de los servicios de cercanías de Renfe y, por primera vez desde el 11 de marzo, he sentido temor físico dentro de un tren de cercanías.
A punto de llegar a la estación de Tres Cantos, un soldado en traje de campaña y con un pistolón en la mano avanza por el centro del vagón.
No pretendo poner en duda la profesionalidad del militar, pero, lejos de sentirme seguro, han saltado diversas preguntas a mi cabeza.
¿Qué ocurriría si alguien más corpulento o hábil que este soldado saltara por su espalda y le arrebatara el arma?
Teniendo en cuenta que un tren en movimiento es como una jaula, el ladrón tendría la oportunidad de jugar al tiro al blanco con los pasajeros atrapados.
¿Es realmente necesario este retroceso y convivir con las armas cuando una explosión es algo instantáneo ante lo que cabe poca capacidad de reacción?
¿Ahora mismo no resultaría más fácil robar el arma a un militar para atacar a los viajeros, sobre todo si ni siquiera patrulla en pareja, que dejar una mochila con explosivos abandonada en un asiento ante la mirada de unos ciudadanos conmocionados por una tragedia tan cercana?
Puedo equivocarme, no soy un experto antiterrorista, pero mi sentido común me aleja de la lógica de las armas. Esperanza.
Espero que las nuevas autoridades, con José Luis Rodríguez Zapatero al frente, sepan buscar formas menos agresivas para protegernos, y deseo de todo corazón que España no se convierta en otro Estados Unidos en lo que a política de seguridad se refiere.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 17 de abril de 2004