Selecciona Edición
Selecciona Edición
Tamaño letra
Reportaje:LA POSGUERRA DE IRAK

Powell: "Presidente, ¿está seguro?"

Bob Woodward revela en un libro las disputas internas en la Casa Blanca sobre Irak

Washington
A 75 días de la devolución parcial de la soberanía a Irak y ante la ola de violencia que azota al país árabe, la Administración de Bush trabaja contrarreloj para encontrar un consenso en Naciones Unidas con el que solucionar la crisis. Apremiado por las elecciones de noviembre, el presidente de EE UU quiere rectificar el rumbo y dar un papel importante a la ONU. De momento, existe consenso internacional -la Unión Europea expresó su respaldo ayer- en apoyar el plan de la ONU para formar un Gobierno provisional iraquí tras el 30 de junio. Pero ahora los plazos son muy cortos. Europa sigue dividida sobre la eventual implicación de la OTAN para garantizar la seguridad en Irak.

"La gran noticia, para mí, no es cómo toma sus decisiones George W. Bush. La gran noticia es que América ha cambiado sobre cómo se lucha y se gana una guerra, y cómo, en consecuencia, eso hace más fácil mantener la paz a largo plazo. Y ése es el significado histórico de este libro, por lo que a mí respecta". El hombre que habla así es el propio Bush, en las páginas de Plan de ataque, el libro de Bob Woodward sobre los 16 meses previos a la guerra de Irak.

El mayestático Bush habla con el periodista de The Washington Post porque quiere contar ahora las razones de la guerra. ¿Y la historia, cómo cree que le juzgará?, le pregunta Woodward. "La historia. No sabemos. Estaremos todos muertos". A más corto plazo, Bush dice: "Estoy dispuesto a arriesgar mi presidencia por hacer lo que creo que es acertado".

En el libro -otra excelente oportunidad para el lector, como el anterior escrito por Woodward, Bush en guerra, de entrar al Despacho Oval- el presidente revela que encargó en secreto, en noviembre de 2001, a Donald Rumsfeld, secretario de Defensa, la actualización de los planes del Pentágono sobre Irak.

Y se confirma que el secretario de Estado, Colin Powell, prácticamente no se habla con el vicepresidente, Dick Cheney, al que acusa de haber tomado datos de inteligencia en bruto como si fueran hechos y de organizar un Gobierno dentro del Gobierno con sus hombres.

Cheney, por su parte, cree que Powell estaba obsesionado con su propia popularidad y su futuro político.

El secretario de Estado, según Woodward, previno a Bush sobre el lío en el que se estaba metiendo. Powell, que se guía por lo que él llama la ley de la cacharrería: el que rompe, paga, estaba en contra de distraer la atención de Al Qaeda, y el 13 de enero de 2003, cuando Bush le dijo en el Despacho Oval que había que ir hacia delante, le preguntó: "¿Está seguro, presidente? ¿Comprende las consecuencias?".

Aun así, Powell -del que se sospecha que ha ayudado a Woodward, porque la anterior conversación no procede de Bush, el único, con Rumsfeld, que habla on the record en el libro- cedió a la presión de Bush y fue a la ONU, en febrero de 2003, para exponer lo que se creía que eran las pruebas de las armas de destrucción masiva en manos del dictador iraquí, Sadam Husein.

Lo más sorprendente es que el propio Bush había visto esas pruebas el 21 de diciembre de 2002. "No está mal. Pero después de todo lo que he oído del espionaje sobre los arsenales, ¿esto es lo mejor que tenemos?", le preguntó a George Tenet, director de la CIA. "¡Es un slam dunk!" , le dijo Tenet, con el gesto de los jugadores de baloncesto cuando casi entran en la red al encestar.

A Bush le gusta que sus colaboradores le hablen en términos deportivos, y Tenet insistió: "George, ¿hasta qué punto confías? No te preocupes, es un slam dunk".

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 18 de abril de 2004