Los servicios de inteligencia occidentales manejaban desde hace pocos meses la hipótesis de un atentado en Damasco. El 10 de febrero, la embajada británica en la capital cerró al público durante una semana "por razones de seguridad". El Gobierno británico advirtió a sus ciudadanos en Siria de que había "un alto riesgo de ataques terroristas contra intereses occidentales" y les pedía que extremaran las medidas de autoprotección. Siria criticó la medida y la tachó de "innecesaria".
Las sospechas apuntaban al terrorismo islámico, autor de las matanzas de Estambul en noviembre de 2003 contra dos sinagogas y el consulado británico. El primer ministro sirio, Mohamed Naji Otri, se quejaba hace tres semanas, en una entrevista con este periódico, de que su país había sido de los primeros en sufrir este tipo de terrorismo, aunque aprovechaba para acusar a EE UU de hacerlo crecer. "Siria ha sufrido el terrorismo desde antes que EE UU hablase de ello. Somos de los primeros países que han luchado contra el terrorismo cuando algunas administraciones estadounidenses lo apoyaban".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 28 de abril de 2004