En Alemania, en Estados Unidos, unas de las prendas de vestir más codiciadas por los hijos de la clase acomodada son aquellas que se fabrican en las prisiones más duras: así como lo bello linda con lo siniestro, lo superchic se codea con el sabor del crimen. Pero ahora, además, le toca el turno a la comida. En estos momentos, la prisión francesa de Ensisheim (Haut-Rhin) ha emprendido, con la colaboración de Marc Haeberlin, chef tres estrellas del Auberge de L'Ill, un programa de cocina carcelaria de imprevisibles resultados. Partiendo de la afinada conciencia reclusa, injustamente desdeñada, sobre la importancia de una alimentación sana y vitaminada, los internos de Ensisheim han creado un centenar de platos variados con una mínima disposición de materias primas.
En coherencia con su estado, pero también en sintonía con el individualismo rampante de nuestros días, una receta destacada lleva por título "Yo cocino para mí exclusivamente" le ha valido a su autor un reconocimiento unánime dentro y fuera del penal.
Naturalmente, la falta de buenos productos de mercado, de baterías de cocina completas o de instalaciones para hornear o gratinar obligan a reducir la sofisticación de las creaciones pero, precisamente, la máxima sofisticación deriva de su simpleza, así como su mayor valor procede de su menesterosidad. En ocasiones, por ejemplo, los cocineros deben sustituir un huevo por una cucharada de yogur y para la popular tarta Tatin se emplean dos viejas sartenes en lugar de un horno Vogriv.
Los presos en fin actúan como gestantes de un bocado que posee en su interior el ámbito de la delincuencia. La delincuencia como ingrediente de otra nouvelle cuisine que completa el bucle de lo más nuevo. Porque con este sortilegio lo que procede del orden delictivo pasa al orden del deleite, tal como en las fiestas rave el rastro de lo satánico orienta la animación de la fiesta. ¿Regreso pues al mal a través de la inocencia del consumo? ¿Lógica consumista sin más? ¿Simple hedonismo del dégoût? Podría ser. Pero, con todo a la vista, con el crimen convertido en moda total (política, sexual, artística, religiosa, gastronómica) ¿no se habrá alcanzado, por fin, las vísperas de una gran salvación por el diablo?
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 1 de mayo de 2004