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FÚTBOL | 35ª jornada de Liga

De 'galácticos' a chicos tristes

Los madridistas, semblante torcido, se han convertido en un cortejo fúnebre

Fue como si al locuaz Roberto Carlos le hubiesen quitado la energía. Salió de Riazor con los párpados caídos, la mirada perdida en algún baldosín, caminando lentamente y hablando con dificultad. "Por los palos, por la expulsión", balbuceó"; en los últimos tres partidos hemos perdido jugadores importantes... Creo que... Hasta que no sea aritméticamente, no hay que dar por perdida la Liga... No sé si Jorge Valdano ha dicho algo en el vestuario... A mí, nada".

Roberto Carlos, que desconfía de la directiva y no sabe si la temporada que viene seguirá en el club, fue un exponente más del cortejo de hombres aturdidos en que se ha convertido el Madrid. Su entrenador, Carlos Queiroz, amalgama desengaños y resentimientos mientras espera una destitución que la directiva se plantea sin más argumentos estratégicos. Beckham, la estrella, se desdibuja al tiempo que en el seno del vestuario crece el rumor de que no quiere seguir otro año lejos de sus hijos. El inglés añora Londres. Raúl, el capitán, juega con inflamaciones en las plantas de los pies, bajo el signo del infortunio y con el fichaje de Totti anunciándose a su alrededor como una amenaza implacable de competidor. La temporada que viene quizá nada vuelva a ser como antes. En unas semanas, los galácticos se han convertido en una comitiva de chicos tristes.

La llegada del Madrid a Riazor se pareció a la partida. A excepción de Figo, que disfruta de la presión como nadie, los demás se bajaron del autobús como los componentes de un cortejo fúnebre: con el semblante torcido. De vuelta a Madrid, lo mismo. La columna de directivos sombríos, técnicos aturdidos y jugadores hartos debió trasladarse al aeropuerto de Santiago y atravesar otra multitud por un callejón abierto por la policía, plagado de adolescentes envalentonadas: "Beckham es el mejor, el más simpático, el más amable...".

Ayer Beckham cumplió 29 años. Lo hizo con el entrecejo fruncido, solemnemente serio, enfrascado en su mundo angloparlante. Rodeado de compañeros a los que ya entiende un poco, pero nada más. Junto a Queiroz, con el que vino desde Manchester y que ayer parecía tan lejos de todo como él. Queiroz se pasó el viaje de vuelta con la frente pegada a la ventanilla del avión, mirando las lucecitas. "Los campeonatos se ganan con el banquillo", dijo hace ocho meses, cuando tenía sueños gloriosos y esperaba un central y contaba con Morientes y Makelele. Entonces inició un camino que ahora le hace padecer. De poco le ha servido ganarse el apoyo suficiente de la plantilla. De poco defender el liderato en la Liga logrando más puntos que el curso pasado. Y todo, por culpa del banquillo del Depor, tan lleno de suplentes útiles como él querría ver el suyo.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 3 de mayo de 2004