Paul Guimard tenía 83 años. Era un bretón de pura cepa, alto y de ojos claros, buen bebedor y mejor navegante, periodista y escritor, dotado de un sentido del humor extraordinario que le convirtió en guionista apreciado por muchos cineastas. El domingo 2 falleció en su casa de Hyères, junto al Mediterráneo que había elegido, una vez enterradas sus aventuras atlánticas.
Tras una infancia marcada por unos estudios mediocres, Guimard debutó como periodista publicando crónicas hípicas en un periódico local. Ese tipo de experiencia le abrió la puerta, años después, a una gran amistad con Antoine Blondin, novelista de pocos títulos pero de gran valor y que dedicó una gran parte de su talento a narrar partidos de rugby o carreras de ciclismo. Pero antes, en 1945, tuvo que escribir una obra de teatro poco apreciada -Septième ciel- y una primera novela, Les faux frères, que recibió el premio al mejor libro de humor de 1956.
El éxito le permitió consagrarse a la escritura y en 1957 Rue le Havre ganó otros premios y muchos lectores. Con Blondin escribió una comedia -Un garçon d'honneur- repleta de buenas situaciones cómicas y con réplicas que en su momento fueron célebres. En 1962, para autopremiarse a sí mismo, Guimard emprendió la vuelta al mundo en yate y convirtió esta aventura en materia de crónicas radiofónicas diarias. Durante ese periplo sufrió un grave accidente que le obligó a permanecer en la cama durante varios meses. Cuatro años más tarde Guimard banalizó el drama vivido transformándolo en un accidente de coche y de ahí Claude Sautet sacó una de sus mejores películas, Les choses de la vie, con Michel Piccoli, Yves Montand y Romy Schneider. Años después, Hollywood hizo un mal remake con Richard Gere como protagonista.
Otro cineasta, Edouard Molinaro, ya había llevado a la pantalla L'ironie du sort en 1961, una comedia que ilustra a la perfección el papel que desempeña la casualidad en el entramado de las relaciones humanas.
En 1976 Guimard se decidió a escribir sobre su pasión marinera: Le mauvais temps conoció una buena acogida, pero durante la década de los setenta Guimard se interesó cada vez más por la política, se transformó en editorialista del semanario L'Express y en amigo de François Mitterrand. Cuando éste se convirtió en presidente de la República, en 1981, Guimard trabajó para el poder socialista hasta que la realidad de la política diaria le sacó la venda del entusiasmo de los ojos: siguió siendo un hombre fiel a la izquierda, pero se alejó de la gestión diaria del poder.
Entre 1982 y 1986 fue consejero del incipiente Consejo Superior del Audiovisual, el organismo autónomo que, años después, regularía la radio y la televisión francesas, públicas y privadas. A partir de 1988 volvió a tomar la pluma, escribió un ensayo sobre Jean Giradoux y varias novelas -Un concours de circonstances (1990), L'age de pierre (1992) y Les premiers venus (1997), tan hábiles como escasas de inspiración.-
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 4 de mayo de 2004