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Crítica:TEATRO

Para uso del hombre

Era difícil entender bien quién fue León Tolstói; esta obra suya y de dos buenos creadores italianos parece indicar que él tampoco lo sabía. Este cristiano que fue excomulgado, este predicador de la esterilidad que tuvo 13 hijos; el conde que era campesino, o viceversa, o el marido fugitivo que huyó a los 80 años (de los de entonces), sólo llegó a la vivienda del jefe de la estación más próxima a sus dominios y allí murió, se preguntaba gravemente sobre el sentido de la vida, y la finalidad del hombre.

Hoy parece que se está más cerca, dentro de esta civilización continuamente cambiante, que no tiene más sentido que el biológico. Hace 6.500 millones de personas (se cree que hubo tantas personas antes de nosotros como las que vivimos ahora; y utilizo la palabra persona deliberadamente, en un sentido de ser con necesidad de conocimiento y enmascaramiento, enfermo de cerebro y angustia) que nos aplicamos no sólo en esta busca, sino a tratar de mejorar nuestra condición, con los fracasos que todos conocemos (quizá no todos). No es preciso el absurdo de morir huyendo en una estación perdida.

Le Confessione

De Leo Nicolaievich Tolstói. Traducción del ruso al italiano: Ricardo Sottili. Intérprete: Franco di Francescantonio. Adaptación teatral y dirección: Ricardo Sottili y di Francescantonio. Sala Mirador. Madrid.

Enigmático y cotidiano

Este desconocimiento íntimo del inmenso escritor en un siglo que dio tantos se acrecienta, más que se confirma, con la obra de Sottili y Di Francescantonio: extraordinarios artistas con cuya dramaturgia, y con la interpretación del comediante, se añade ironía, humor, interrogantes, sonrisas: se añade época actual a la confesión, o las confesiones, que no sabemos con seguridad cuál era el sentido del título original, si el de una confesión cristiana o una forma de ensayo autobiográfico intelectual utópico sobre el "quién soy yo" que tanto preocupaba.

Es igual. El autor es más comediante -en el excelso sentido de la palabra- que trágico, y le da ese tono, a veces bailarín, a veces enigmático y siempre -a mi modo de ver- cotidiano. La dramaturgia añade datos: el camino de los libros, más que el camino de la vida. Tolstói -o sea, el actor- pasa sobre ellos, los arrastra al final; baila con ellos, destroza en fragmentos diminutos algunas de sus páginas. Hay una senda trazada,y se sale de ella; se dirige a los hombres, que somos nosotros, que ocupamos a sus laterales. Sus simples espectadores. Más que el texto, bello y con una hermosa sonoridad en el italiano de la traducción y la dicción, me interesó el hecho teatral, y me pareció muy bien, muy artístico, muy crítico. Pero Tolstói, mas allá del santo aficionado y del personaje metafísico, es el de Guerra y paz, o el de Ana Karenina.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 4 de mayo de 2004