Hasta ahora no conocía nada de la vida de Federico González, ni su edad, ni su aspecto... ni que estaba gravemente enfermo. Hoy ya sólo puedo dedicarle mi pequeño testimonio a título póstumo para agradecerle su magisterio como crítico de jazz. Sus crónicas rebosaban sabiduría, mostraban sin pretenderlo unos conocimientos enciclopédicos, y se realizaban con un enfoque eminentemente musical, todas ellas cualidades muy escasas en el campo de la música popular, y que, a mi entender, revelaban el rigor y la pasión con que Federico se enfrentaba a su tarea. Una pérdida enorme.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 6 de mayo de 2004