La prostitución periférica de caminos, lejos de los grandes núcleos urbanos, está aumentando en la Comunidad según va creciendo el número de prostitutas inmigrantes. En un primer instante, eran las trabajadoras sexuales autóctonas las que se buscaban la vida en huertas, arrabales de pueblo y zonas industriales para escapar de la competencia externa. Un caso relevante es el del polígono industrial de la localidad valenciana de Picassent, donde unas ocho mujeres españolas -algunas jóvenes toxicómanas, otras veteranas sobrepasadas por la edad- se prostituyen cada día. El precio de partida es 18 euros, pero llegan a cobrar un precio tan humillante como el de tres euros por un servicio. Pero el aumento incesante de chicas foráneas ha impuesto una fuerte competencia entre extranjeras y ha generado polémicas urbanas. Esto ha llevado a la proliferación de inmigrantes en algunos descampados. Hoy, una carretera como la de Pinedo, en Valencia, es utilizada por inmigrantes africanas para sobrevivir. Al menos una decena de prostitutas ejercen también cerca de la huerta de Campanar, también en Valencia. Y, como en otros puntos, mujeres rumanas se abren mercado a campo abierto en la subcomarca valenciana de l'Horta-Sud. En Sedaví, cerca de un gran hipermercado, bajo un puente que se encharca cuando llueve, y por el que circula un coche tras otro, siempre trabajan un par de jóvenes. Lo mismo sucede en Albal, en una rotonda cercana a un salón de bodas, en un espacio entre carreteras. En Massanassa, algunas chicas del Este se sitúan entre los descampados y determinados centros comerciales. Como sucede con algunas jóvenes del Caminàs, la gente que las controla las trae en furgoneta cada día. El horario es agotador: llegan por la mañana, y a las 11 de la noche aún se las puede ver por allí, de pie, exhibiendo la ropa interior o el propio sexo, a la espera de quien sea. Cobran, de entrada, 30 euros, pero la necesidad de clientes puede rebajar de manera sensible ese precio. Cerca de donde ejercen, en la pista de Silla, hay grandes clubes en los que se alquilan centenares de mujeres. Una de las rumanas de Massanassa dice que no las envidia: "Afuera se está mal, pero en un club también", opina.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 10 de mayo de 2004