Todos hemos oído decir al ex presidente José María Aznar: "Se ha formado un partido del odio que alimenta el sectarismo y destrucción del adversario", por lo que hemos de entender que el voto de los ciudadanos que apoyaron al PSOE para retomar el poder estaba influenciado por el odio, y no por la coherencia y el derecho a opinar respecto de los hechos consumados. Entiendo que "a las personas se las quiere por lo que hacen y se las aprecie por lo que dicen". Pero es que Aznar, especialmente en la segunda y última legislatura, endiosado tras su mayoría absoluta, no sólo ha venido perdiendo adeptos por lo que ha hecho en algunos aspectos de su política autoritaria, sino que también se ha ganado a pulso el desprecio de la mayoría de los españoles por lo que ha dicho.
Si no soy amnésico, que no lo creo, los calificativos de miserable, impresentable, sin principios, inútil, etcétera, han sido los términos más empleados por él y algunos de sus deslenguados ministros contra Zapatero en los últimos tiempos. Así pues, si no se predica con el ejemplo, se termina por perder la credibilidad y, si se trata de políticos, perder las elecciones, ya que el pueblo suele ser siempre el mejor juez a la hora de repartir justicia y poner a cada cual en su lugar.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 10 de mayo de 2004