Josep Lluís Rua Barreira llevaba 11 años en el cuerpo de los Mossos d'Esquadra y había conducido a muchos detenidos al juzgado, pero ayer fue él quien pasó a disposición judicial, acusado de matar a su mujer y a su suegra en Lliçà de Vall (Vallès Oriental). Y lo hizo como lo hacen cada día decenas de detenidos: esposado y con una chaqueta puesta de cualquier manera sobre la cabeza al salir del coche patrulla. Su rostro apareció la semana pasada en todas las televisiones cuando lloraba desconsolado en el entierro de las dos mujeres. Pero ayer el mosso pidió que le tapasen la cara y no se lo negaron.
La declaración ante la titular del Juzgado de Instrucción número 3 de Granollers duró poco más de tres horas y nada ha trascendido de su contenido. El hermetismo de la policía autonómica fue ayer absoluto, entre otras cosas porque esa misma juez ha abierto diligencias contra los Mossos d'Esquadra para esclarecer cómo se filtraron la semana pasada a la prensa algunos detalles relacionados con el crimen si la juez había declarado el secreto de sumario.
Cinco testigos negaron que el acusado fuera al lugar adonde dijo que fue el día de los hechos
Con todo, sí se sabe que el agente negó los hechos antes de acudir al juzgado. "Os equivocáis, yo no he sido", dijo en varias ocasiones a sus compañeros que intentaban interrogarle. Anoche, sin embargo, ya durmió en prisión. Rua Barreira, de 33 años, estaba considerado hasta hace unos días un agente ejemplar. Tanto que actualmente estaba destinado en el servicio de escoltas. En concreto, del consejero de Universidades del Gobierno catalán, Carles Solà.
El crimen de Maria Engracia A., de 54 años, y su hija Silvia C., de 31, se cometió el pasado 3 de mayo y desde el primer momento el agente y marido de la mujer más joven se convirtió en sospechoso. Hasta el punto de que tras el entierro de las víctimas celebrado el pasado martes, la juez ordenó a la policía autonómica que no le perdiera el rastro. Pero no había una prueba con cierta base hasta el pasado viernes, cuando el agente fue arrestado mientras prestaba una nueva declaración en la comisaría de los Mossos de Granollers.
En esas declaraciones Rua Barreira explicó que cuando ocurrieron los hechos él se encontraba en la casa que la familia se estaba construyendo en otra zona de Lliçà de Vall, pero esa coartada se desinfló. Hasta cinco testigos que estuvieron ese día en los alrededores de la casa durante varias horas declararon que el agente no fue por allí aquel día.
También hay otras pruebas pendientes de los informes policiales que podrían estrechar todavía más el cerco sobre el policía, como la sangre encontrada en un cuchillo de cocina de grandes dimensiones supuestamente empleado en el crimen de su propia esposa. El cuchillo estaba guardado en un cajón de la cocina pero, aunque había sido lavado, todavía presentaba algún restro de sangre suficiente para poder cotejarlo con el ADN de la víctima.
El presunto asesino vivía con su mujer, sus dos hijas y la suegra en la casa donde ocurrió el doble crimen. En un primer momento se barajó la hipótesis del robo como móvil pero enseguida se descartó por la gran violencia empleada por el agresor, especialmente con la mujer más joven. La mujer había contactado con un abogado para separarse pero él había declarado que eran "muy felices".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 11 de mayo de 2004