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Crítica:

La obsesión y su color

Entre la vida de una crítica literaria de cuentos infantiles y su cabeza invadida por personajes y situaciones salidas de las páginas de esos libros ha creado Clare Morral el universo de Los niños perdidos. La novela, finalista del Man Booker Price en 2003, tiene como fondo la sinestesia de la protagonista y su obsesión por las ausencias.

"Los interrogantes eran verdes, amarillos y naranjas y los colores trazaban espirales entre el fondo rosa como si fueran serpientes gigantescas, infladas y en cierto modo inquietantes". Kitty Wellington percibe sus emociones en colores. El amarillo define imágenes de su infancia y también el griterío de los niños a la salida del colegio. Dicen que la sinestesia es una rara combinación de los sentidos y que por ello algunos pueden adjudicar colores a las letras y a los sonidos. Clare Morrall (1952), profesora de música en Birmingham, ha dotado de esta particularidad a la protagonista de su novela Los niños perdidos.

Inquietante en su inicio, la novela transita por el sendero en círculo cerrado de la obsesión. Kitty Wellington es una mujer joven cuya vida intuimos llena de ausencias. Perdió a su bebé y busca involucrarse en fantasías maternales con el fin de suplantar la pérdida. Kitty es además crítica literaria de cuentos infantiles: "Así que ésta es mi vida. Me siento o me acuesto y leo, leo y leo. Tengo la cabeza llena de matones, padrastros, malvados, catástrofes en galaxias lejanas, madres triunfadoras que dejan a sus hijos al cuidados de los padres, niños que escapan de casa, niños que viven en el tejado de una torre, niños sin amigos". Los niños perdidos son su obsesión. La presencia de un marido metódico, paternal y de estrafalario físico, que vive en el piso de al lado, la relación con sus cuatro hermanos mayores y el desencuentro con un padre esquivo apresado por el pincel y la tela de sus cuadros, completan el mundo más próximo de la protagonista.

LOS NIÑOS PERDIDOS

Clare Morrall

Traducción de Enrique de Hériz

Roca. Barcelona, 2004

368 páginas. 19 euros

El planteamiento de Los niños perdidos sugiere una novela curiosa, pues Morrall nos instala en un escenario con cierta dosis de locura en la vida diaria. Así pues, la autora prende la mecha y consigue perturbarnos. Sin embargo, la desconfianza surge con el transcurrir lento y reiterativo de esa misma obstinación. La revelación de secretos que se irá produciendo se demuestra insuficiente para mantener el pulso inicial establecido.

He leído con una sensación extraña, pues a veces me convencía de que entre manos tenía una buena novela y en otras ocasiones la lectura me resultaba irritante. Dice Kitty: "La oscuridad amenaza constantemente con abrirse paso. Siempre he pensado que podía separar fácilmente el color de la ausencia de color, pero es muy fácil pasar del uno a la otra sin darse cuenta siquiera". Lo mismo me ha sucedido a mí con Los niños perdidos.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 15 de mayo de 2004

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