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Crítica:MÚSICA DE HOY

Un gran compositor

Después de un concierto como el del jueves, quedan dos conclusiones: la primera, que Jesús Rueda (Madrid, 1962) es uno de los compositores más importantes de su generación -y de otras cuantas- en todo el mundo. No, no sólo en España: en el mundo. La otra: que no somos nadie. Porque si Jesús Rueda fuera británico sería tan famoso como su compañero de programa James MacMillan (Ayrshine, 1959), si finés como Magnus Lindberg, si danés como Poul Ruders, si alemán como Wolfgang Rihm, y así podríamos seguir repasando el mapa. Pero como es español y nuestra música de hoy cuenta en el mundo lo que cuenta, es decir, muy poquito, excepto tres o cuatro nombres, pues resulta que este compositor que maneja la orquesta como pocos -repasemos lo hecho aquí en los últimos cien años y comparemos- tendrá que seguir batiéndose el cobre a base de bien. Pero que alguien como MacMillan haya puesto en atriles las dos sinfonías de Rueda es un acontecimiento que debiera servir para algo.

Orquesta de RTVE James MacMillan, director

Obras de Rueda y MacMillan. Auditorio Nacional. Madrid, 13 de mayo

¿Razones para semejante entusiasmo? Pues muy fácil: cosas que decir, técnica, riesgo en lo tímbrico, asunción de la tradición moderna -de Ravel a los minimalistas, de Stravinski a Messiaen- sin complejos ni ambages, belleza, emoción, capacidad para comunicarse sin renunciar a nada. Ahí están, en estas dos grandes sinfonías de nuestro tiempo que son las de Rueda, la forma de mantener la tensión en el núcleo central de la Primera o el prodigioso ejercicio de crecimiento expresivo que es toda la Segunda, no en balde subtitulada 'Acerca del límite', y que encontramos igualmente en otras piezas del autor como Viaje imaginario. El catalizador del resultado tampoco es difícil de adivinar: el mismísimo James MacMillan y una entregadísima Orquesta Sinfónica de la RTVE. El escocés es un soberbio director, que cuidó con un mimo extraordinario las dos obras de su colega y que defendió con celo infinito el estreno en España de su propia Tercera Sinfonía. Es ésta una partitura formidable, ejemplo espléndido, entre otras cosas, de la utilización del silencio como expectativa, muestra también de una orquestación eficacísima que sirvió además para comprobar hasta qué punto Rueda no es, ni mucho menos, inferior a un compositor que hoy está entre lo más valorado por la filarmonía universal.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 15 de mayo de 2004