Bueno, bueno, bueno, la que han armado la señora Graham y el señor Martineau en Madrid. De repente, cuando menos se lo esperaba la afición -por primera vez en todo el ciclo de lied había huecos en la sala-, saltó el recital del año, ocurriendo algo similar a lo que había ocurrido en la edición anterior con Christian Gerhaher. De lo que se deduce que el espectador no debe bajar la guardia nunca.
El recorrido desde los Zigeunerlieder, de Brahms, ofrecidos en una versión impetuosa y audaz, casi de tratamiento de choque, hasta la divertida e irónica canción Sexy lady, cuarta propina en medio de un delirio en la sala, fue apasionante. Entre otras razones porque antes de que Graham sacase a la luz su vis más cómica y su faceta de irresistible actriz, había dejado en el aire un bloque dedicado a Debussy -las Prosas líricas- y otro a Alban Berg -los Siete lieder de juventud- de los que dejan al que escucha literalmente sin respiración. A la dicción impecable, tanto en alemán como en francés, o al fraseo de una musicalidad hechizante se unía la habilidad para crear unos climas de encantamiento desde un colosal dominio de los recursos técnicos. Su Debussy evocaba a Mélisande; su Berg prefiguraba los primeros pasos de Lulu. La atmósfera de melancolía en temas como El ruiseñor o Sueño coronado, de Berg, o la manera evanescente con que desarrolló De flores, de Debussy, quedarán en el recuerdo durante mucho tiempo. Y a su lado siempre ese pianista de acompañamiento excepcional que es Malcolm Martineau, capaz de sacar destellos adicionales donde parece imposible y elevar aún más, si cabe, la belleza del canto desde la poesía del piano.
Susan Graham
Cantante: Susan Graham. Con Malcolm Martineau al piano. Canciones de Brahms, Debussy, Berg y Poulenc, entre otros. X Ciclo de Lied. Fundación Caja Madrid. Teatro de La Zarzuela, Madrid, 17 de mayo.
Después de una parada y fonda en los poemas de Poulenc sobre textos de Apollinaire llegó la parte más festiva del recital con una memorable versión de Tengo dos amantes (El amor disfrazado), de Messager, y, ya en las propinas, una de esas canciones de Reynaldo Hahn verdaderamente arrebatadoras. El éxito, se lo pueden imaginar, fue apoteósico. Para ella y para el pianista, sobre el que la mezzosoprano desvió los aplausos con elegancia en cierto momento. Queda claro que cantar bien es lo importante pero si a ello se une el gesto, la insinuación, la gracia, la picardía, la simpatía y... un gran pianista, entonces pasa lo que pasó anteayer, es decir, la locura. Puerta grande, señora con sexy y distinguido acompañante. Vuelvan pronto, por favor.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 19 de mayo de 2004