Mi abuela tiene 92 años, una pensión asistencial, una cadera fracturada y pesa 90 kilos. Mis padres tienen más de 70 años, cuidaron durante años de los otros abuelos, cuando se demenciaron y dejaron de controlar esfínteres.
Mi abuela se sostiene en pie durante un minuto y necesita la ayuda de cinco personas para ser trasladada de la cama a una silla. La línea recta más larga, en casa de mis padres, se recorre con cuatro pasos.
Mañana, a los ocho días de la intervención, dan el alta a mi abuela. Mis padres están abrumados, los responsables de la Sanidad y los Servicios Sociales públicos, no: vivimos en un Estado de bienestar.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 19 de mayo de 2004