El 17 de mayo apareció en El PAÍS una carta al director de Antonio Valiente García: La biblioteca de la CGT. Permítame contestar a la misma con la misma firmeza y extensión que en su momento merecieron los argumentos de Francis Fukuyama sobre "el fin de la Historia", es decir, con sólo unas pocas líneas.
Quisiera animar a don Antonio a seguir en el empeño del hermoso ejercicio de hacer Historia, mas quisiera disuadirle de practicar la literatura, y menos la periodística, pues parece que "es gracia que el cielo no quiso darle", que confunde la historia de las ancestrales perezas del funcionario -con el que otrora nos deleitara el régimen franquista- con la participación activa, humanista, de quienes desde el sobreesfuerzo de tributar a la nómina (los que por fortuna la tienen) cada día nos solidarizamos con el libro libertario.
Las normas de la Biblioteca son bien simples y claritas, y en tres se podría resumir: respeto, respeto, respeto. No es de recibo pretender, como así ha sido, el acceso privilegiado a los fondos de la misma sobre la base de una supuesta hidalguía política y académica, y menos cuando ésta deriva, a la menor contrariedad, en el insulto, como por ejemplo "el funcionario" (como si el trabajador de la Administración Pública fuese una suerte de apestado). Una biblioteca, como afirma, es un servicio público, puesto a la disposición de la ciudadanía y, por muy anarquista que uno sea o parezca (o que diga que es), se haya regulado, aunque sea mínimamente, por unas normas que no contemplan el préstamo de materiales raros, antiguos o deteriorados, y menos aún cuando éstos se encuentran por catalogar, algo de lo más elemental.
Entienda, pues, que, de las muchas cosas de este mundo, lo mejor es el entendimiento y, lo peor, la ignorancia. Salud y lectura libertaria.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 22 de mayo de 2004