Confiando en la relativa protección del chaleco antibalas, intento protegerme del fuego cruzado que recibo de los vehículos que me preceden. Mientras esquivo los proyectiles incendiarios que vuelan en mi busca, me alegro de haber sido entrenado en tácticas de guerrilla urbana y conducción evasiva, lo cual me ha permitido sobrevivir hasta ahora ante el nutrido fuego enemigo. Pero cuando ya me creía a salvo, recibo en la cara el impacto de una bala perdida. Menos mal que acababa de cerrar la visera de mi casco protector reglamentario...
¿La crónica de guerra de un soldado en Irak? No; la de un motorista en Barcelona, harto de ser blanco de las colillas arrojadas por automovilistas irresponsables y maleducados.
En nombre de la paz y la seguridad ciudadanas, recomiendo a estos individuos que de ahora en adelante hagan puntería contra los ceniceros de sus vehículos, que para eso están. De lo contrario me veré obligado a ejercer mi legítimo derecho a la autodefensa.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 23 de mayo de 2004