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Reportaje:EL PAÍS | Novela negra

'El signo de los cuatro', de Conan Doyle

EL PAÍS ofrece el lunes, por 1 euro, la segunda novela del escritor escocés, creador del inolvidable Sherlock Holmes

Sherlock Holmes es el gran detective que utiliza el razonamiento deductivo como una ciencia, "La investigación es o debería ser una ciencia exacta", asegura, para frecuente desconcierto de su fiel amigo Watson, el narrador de sus aventuras. Creado por Arthur Conan Doyle (Edimburgo, 1859-Crowborough, Inglaterra, 1930), es probablemente el más famoso de los investigadores privados. "Yo inventé mi profesión", dice. "Soy el único detective particular con consulta". En Baker Street (Londres), claro.

En Estudio en escarlata, la primera novela que Conan Doyle dedicó a Holmes, el escritor marca distancias con anteriores detectives. "Me hace usted pensar en Edgar Allan Poe y en su Dupin [Auguste]", le comenta Watson a Holmes. "No me cabe duda de que usted cree hacerme una lisonja comparándome con Dupin. Pero, en mi opinión, Dupin era un hombre que valía muy poco". "¿Leyó usted las obras de Gaboriau? ¿Está Lecoq a la altura de la idea que usted tiene formada de un detective?", insiste Watson. Holmes se irrita. "Lecoq era un chapucero indecoroso".

Uno de los atractivos de la novela son los diálogos entre Watson y un brillante Holmes

Para Sherlock Holmes, el detective ideal ha de tener tres facultades imprescindibles: capacidad de observación, de deducción y conocimientos.

Si en Estudio en escarlata, Conan Doyle explica cómo es su detective, en El signo de los cuatros retrata, a través de Watson, cómo es el hombre. Holmes tiene en esta novela 34 años (Watson ha cumplido 41), es fuerte, atlético, buen boxeador, estupendo tirador con pistola, conoce los secretos de la lucha japonesa, le gusta la música y la practica, fuma en pipa, es capaz de disfrazarse casi de cualquier cosa, es algo vanidoso y bastante misógino.

A Watson le gusta dar a las aventuras de Holmes un toque romántico, y éste se lo reprocha. Autor de monografías sobre las diferencias entre las cenizas de los diferentes tabacos o sobre las huellas de las pisadas, a Holmes le gustaría ser tratado como un científico.

Al buen Watson, médico cirujano -como lo fue el propio Conan Doyle- especialista en heridas de guerra y militar retirado, le desesperan ciertos hábitos de su amigo. "¿Morfina o cocaína?", le pregunta desabrido cuando ve que saca la jeringuilla hipodérmica de su fino estuche de tafilete. "Cocaína diluida al 7%", responde tan tranquilo Holmes. "Mi mente se rebela contra el estancamiento. Deme problemas... Entonces podré prescindir de los estímulos artificiales. Tengo ansia de exaltación mental. Me horroriza la aburrida rutina de la existencia". Esta conversación está en el inicio del primer capítulo de El signo de los cuatro. En el segundo, la señorita Mary Morstan, institutriz, de 27 años, llama a su puerta con uno de esos ansiados problemas y, como en tantas otras novelas de Conan Doyle, aparece como telón de fondo un ciudadano inglés que se ha enriquecido en las colonias y que lleva sobre su conciencia algo oscuro e inconfesable.

Mary es hija de un oficial de un regimiento de India. En 1878, el padre le envía un telegrama anunciándole su regreso a Inglaterra, pero nunca le llega a ver: desaparece sin dejar rastro. Tiempo después, Mary recibe por correo una cajita de cartón con una perla de gran valor, sin una nota ni remitente. El envío se repite cada año hasta que un día le llega una carta en la que se le pide que acuda a la puerta del teatro Lyceum para algo de su interés. Si no se fía, le dice el misterioso comunicante, que vaya con un par de amigos. Holmes y Watson la acompañan. Empieza la aventura. Dos hermanos gemelos que a la muerte de su padre heredan el fabuloso "tesoro de Agra", pero que no es del todo suyo. Una parte pertenece al padre de Mary y otra a unos tipos nada recomendables que están en India.

El signo de los cuatro es una novela corta en la que están todos los ingredientes: uno de los gemelos aparece asesinado, nada menos que con una espina envenenada, en una habitación con la ventana y la puerta cerradas por dentro; un sirviente indio; un siniestro hombre con una pata de palo; un mapa misterioso; un hombrecillo negro de cabeza voluminosa y deforme; una persecución enloquecida con lanchas por el Támesis... Y al final, Sherlock Holmes que resuelve el caso ante la perplejidad del policía encargado, a quien cede todo el honor y la gloria.

Por si fuera poco todo lo que ocurre en la novela, incluye un relato casi autónomo: la historia del tesoro de Agra y de lo que sucedió en India. No molesta en absoluto, al contrario. Al lector no le quedará ningún cabo suelto. Uno de los atractivos de El signo de los cuatro, que se publicó por primera vez en 1890, son los diálogos entre un siempre asombrado Watson y un inteligente y brillante Holmes. Por cierto, aquello tan popular de "elemental, mi querido Watson..." no surge de la literatura de Conan Doyle, sino del imaginario cinematográfico, según explica Jesús Urceloy en Todo Sherlock Holmes (Cátedra).

Han dicho algunos expertos que Conan Doyle se inspiró en Don Quijote y en Sancho Panza para crear a su pareja. A saber. Lo que sí es cierto es que Holmes-Watson han influido en Poirot-Hastings o en Ellery Queen y su padre, el comandante Richard Queen, por citar sólo a dos equipos detectivescos.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 23 de mayo de 2004