El 7 de mayo, aniversario de la liberación, los supervivientes de las prisiones y los campos de concentración nazis nos reunimos en el campo de Mauthausen, punto de referencia de la deportación junto con otros campos, como Dachau, Gusen, Ravensbrück, Buchenwald y Flossenburg, adonde fueron a parar los Roten spanisch kangfen, los triángulos rojos y azules estigmatizados por el franquismo y exterminados por los nazis.
Desde hace años, sobre el monumento a los republicanos no ondea otra bandera que la tricolor. Mientras, las delegaciones de todas las naciones de Europa rinden honores con su presencia, sus flores y su respeto.
Luego desfilamos y al llegar frente a la tribuna se oye un saludo vibrante; ante nosotros los republicanos españoles, primeros defensores de la libertad y de la democracia en Europa frente al fascismo.
Este año ha sido distinto. No han faltado los aplausos, pero esta vez han sonado más fuertes los vivas a España en todas las lenguas sin eñe e incluso se ha gritado Zapatero con más erres que de costumbre.
Esa mañana nos sentimos doblemente satisfechos por esta España que todos corean, la que unos sentimos y otros intuyen, y que hoy se viste de largo en defensa de una democracia que responde a los derechos de gentes y el respeto a una humanidad que desea vivir en paz. Ese día no me han sonado nada mal los vivas a Espana ni los Zapateros duros de erre.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 25 de mayo de 2004