Otto contó a Fritz que volvió a casa demasiado pronto y encontró a su mujer acostada con un amigo en el sofá. "¿Qué hiciste tú?", "¡He vendido el sofá!". Fritz otro día encontró a su mujer en situación parecida: el amigo traidor ocultó su desnudez tras los cortinones: "¡No le tolero que me manche usted las cortinas!", gritó valientemente. Chistes muy antiguos, que suponían que "ellos" no son como "nosotros". Los recordé al saber que Bush volará el edificio de la cárcel donde se torturaba a los presos. La culpa es del sofá. Para un hombre que se cae todavía de la bicicleta es un pensamiento muy elaborado. Supongo que se ha caído desde niño. De otro presidente, creo que Carter, se decía que había jugado mucho al rugby sin casco. No sé qué hará Bush con la general que dirigía la cárcel: supongo que la trasladará a otra. Mejor sin presos: que los torturadores se ensañen entre sí. Ya lo hacen en los cuarteles. Todos hemos visto las películas donde se enseña a los marines a "soportar las torturas": aprenden a practicarlas. Todas las cosas se envuelven en el papel de estaño de las palabras.
("Ellos", "nosotros"; cuando se contaban esos chistes y otros muchos, achacábamos a "ellos" la mansedumbre ante el adulterio, y aquí las leyes tenían atenuantes y hasta eximentes para maridos que se encontraban el sofá ocupado al volver a casa demasiado pronto. Los franceses eran las víctimas preferidas del macho ibérico: decían que un belga se distingue de un francés en que sólo tiene un cuerno. Horrible país, éste, donde se mezcló la intolerancia y el desprecio a la mujer, sobre todo a la amada, del árabe con la melindrosa castidad católica; donde se creó un sentido miserable del amor, el sexo, el matrimonio, el macho y la hembra, y, con otras ideas posesivas y violentas, se inventó la justificación del "honor". Es muy difícil tratar ahora de decir que "nosotros" somos como ellos o debemos serlo. ¡Maldito siglo de oro! Dejó una poesía admirable y un pensamiento malsano. La poesía se olvidó, y la barbarie permanece. En todo caso, la parábola de Bush tiene su utilidad: desplazar el castigo de los culpables hacia lo inerte. Ya ha destrozado Irak, tras Afganistán, para castigar a lo lejano y distinto de lo que le pasó en su país; y ya sólo corre tras él y sus secuaces el pobre Aznar, dándoles la razón de lo que nadie cree. Lástima para ellos: Aznar no tiene voto en Estados Unidos. Y cada vez menos en España. Tendría que vender las urnas).
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 26 de mayo de 2004