Empieza como una indie americana con traficantes de drogas, sigue como un remedo de Sobre el arcoiris, continúa como una comedia adolescente con festival de Benicàssim incluido, y acaba como el rosario de la aurora: no se puede negar que Xavier Ribera Perpinyà ha jugado en éste, su segundo largometraje, a mezclar todo tipo de influencias y referencias genéricas, a las que cabe añadir aún el cómic y algunos recursos, la verdad, banalmente irritantes. A modo de ejemplos, el porqué de que los créditos comiencen a los 25 minutos del arranque del filme se antoja un guiño demasiado tontorrón a la voluntad de epatar como para ser tenido en cuenta. O la confusión, que ya parece estructural en nuestro cine, del punto de vista narrativo, que oscila entre la focalización en primera persona y la omnisciencia de un narrador que todo lo sabe, sin decidirse por ninguna en particular.
A +
Dirección: Xavier Ribera Perpinyà. Intérpretes: Eloy Azorín, Elvira Herrería, Eloi Yebra, Carlos Fuentes, Fernando Ramallo, José Coronado, Najwa Nimri. Género: criminal, España, 2004. Duración: 90 minutos.
Y sin embargo este A + que parece hecho sólo para el sector más intransigentemente joven, oculta algunos tesoros que conviene no echar en saco roto. Uno, el más elocuente, es su voluntad de innovación estética, su búsqueda constante de un lenguaje en imágenes (pero también en sonidos) que trascienda la anécdota de unas historias ya muy vistas (las cuatro que se entrecruzan para tejer la trama del filme), hasta erigirse en una de las propuestas más rompedoras e innovadoras de los últimos tiempos.
Otro, el que Ribera juegue con mucha inteligencia con los viejos recursos de la vanguardia histórica, de la solarización a la ralentización del plano, de los violentos virados en color a recursos de frame to frame. Pero con ser importantes, no todos sus hallazgos son meramente formales: hay en el filme un sentido del humor tan directo como inteligente (la historia de Carlos Fuentes y los dos pringados que lo acompañan al concierto) y una historia de amor fuerte e insospechadamente terminal y romántica. Y, no por último menos significativo, un rostro y una actitud, los de Elvira Herrería, que surgen como un cálido soplo de renovación en un cine que, con su apetencia por la reiteración, tan cruel suele ser con los actores jóvenes: augurémosle una larga estancia entre nosotros.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 28 de mayo de 2004