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Editorial:

Política de miedo

El tenebroso fiscal general de EE UU, John Ashcroft, y el director del FBI, Robert Mueller, han tocado a rebato ante los "alarmantes datos de inteligencia" que aseguran tener y que apuntan a avanzados preparativos para un atentado de Al Qaeda en los próximos meses en aquel país o contra intereses norteamericanos en el extranjero. Pero no han aportado dato alguno para sustentar su alarma. Se han limitado a pedir la colaboración ciudadana para localizar a siete supuestos terroristas islamistas -todos, salvo uno, buscados desde hace meses y de los que dicen desconocer si se encuentran en EE UU- y a afirmar, en coincidencia con la opinión expresada por el ciudadano Aznar en su reciente periplo estadounidense, que Al Qaeda busca con un atentado así un impacto en las elecciones presidenciales de noviembre, a la luz de la lectura que han hecho del 11-M en Madrid.

En materia antiterrorista, toda cautela es poca. Si Al Qaeda u otros grupos violentos islamistas pudieran llevar a cabo un gran atentado, lo harían especialmente ante citas de relieve como la del G-8 o las convenciones de los dos grandes partidos en EE UU, o los Juegos Olímpicos en Atenas. Pero, tras días de filtraciones sobre estas amenazas, la alerta de Ashcroft y Mueller suena a truco de estrategia electoral para intentar recuperar una popularidad perdida con la guerra de Irak. Ya en su intervención el pasado martes para presentar su plan para una transición iraquí, Bush calificó a Irak como el "frente central en la guerra contra el terror". La estrategia del miedo en política no es nueva. Puede prender en una sociedad aún conmocionada por el 11-S. Pero, a juzgar por las primeras reacciones, no es probable que le sirva para tapar el escándalo de las torturas a presos en Irak, ni la preocupación por el aumento de los precios del petróleo. Salvo que se materialice con violencia, la sombra de Bin Laden no tapará la de Irak.

Resulta contradictorio que horas antes de que Ashcroft metiera el miedo en el cuerpo a sus conciudadanos, el encargado de la seguridad interior, Tom Ridge, tomara una dirección opuesta al no elevar el nivel de alerta y pedir a los estadounidenses que continúen haciendo su vida normal y planeando sus vacaciones como si nada. El rival demócrata de Bush, John Kerry, ha exigido que la seguridad no se convierta en parte de la retórica electoral. Sería muy grave que para ganar votos, Bush fomentara el miedo e instrumentalizara, una vez más, la lucha antiterrorista.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 28 de mayo de 2004