Ayer escuché algo, algo que aún no he podido digerir; escuché cómo una estudiante de 18 años que, según sus propias palabras, el próximo año estudiará periodismo, le preguntaba a su madre: "¿Y a quién puedo votar yo?". A lo que su madre contestó: "Puedes votar a quien tú quieras". La estudiante volvió a responder: "Pero es que yo no sé". Me quedé sorprendida, me hizo volver muchos años atrás, cuando yo tenía esa misma edad; me hizo pensar en las ganas que teníamos los jóvenes de ser mayores de edad para poder votar, nuestras ansias por cambiar el mundo, la ilusión por la política y por una sociedad más justa; las primeras elecciones democráticas españolas, en las que por edad, aún no me fue posible ejercer el voto, y cómo me acerqué a ver los colegios electorales. Recuerdo aquella juventud y todo eso me hace reflexionar: ¿qué tipo de valores estamos inculcando a nuestros hijos?, ¿cómo pueden ser tan brillantes y a la vez estar tan vacíos de ideas propias? La política será la que marque su salario, sus vacaciones, el precio de su vivienda y la educación de sus hijos; me parecen motivos más que suficientes para preocuparse de tener unas ideas propias. No le pido a la juventud un compromiso como el que en su día tuvimos nosotros; venimos de una generación difícil de grandes cambios, económicamente deprimida, y quizá todo ello nos hizo comprometernos más políticamente, pero no puedo entender la falta de curiosidad política de una generación que vive en la sociedad de la información, que ha tenido oportunidad de viajar, de estudiar, que están mucho más preparados de lo que lo estábamos la mayoría de nosotros.
Desde luego, sé que no es el caso de todos nuestros jóvenes, pero aun así me resulta preocupante.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 28 de mayo de 2004