Efectivamente, clamar a los cielos es de las pocas cosas que quedarían por hacer para salvar el yacimiento arqueológico de la plaza de la Encarnación, que se haya en pleno casco histórico de Sevilla, y que lleva dos meses inundado.
Clamar a los cielos: al de los griegos, al de los tartésicos, al de los romanos, al de los judíos, cristianos y musulmanes. Nuestros ancestros, humillados bajo las estancadas aguas que cubren lo que fueron sus casas, muros e iglesias, ven cómo proliferan sobre ellos millones de mosquitos. La céntrica plaza, que espera que se construya sobre ella, después de 31 años de provisionalidad, un emblemático mercado, conservando al mismo tiempo las ruinas, sufre sobre su piel la indolencia de los gobernantes.
Ahí están, ciudadanos de Sevilla y de Andalucía, los siglos de cultura y costumbres expresados en ladrillos, mosaicos, muros de tierra, columnas de mármol, pozos artesanales, soportales y trazados de calles, aguardando a que alguien certifique su defunción.
Clama a los cielos la dejación de funciones de las autoridades locales y andaluzas que, una de dos, o no pasan nunca por la plaza de la Encarnación, o nadie les ha informado de la situación del yacimiento arqueológico, o simplemente existe un abandono de nuestro patrimonio histórico. ¿Sabrán en el Ayuntamiento de la noble y leal ciudad de Sevilla que existe un aparato mecánico llamado motobomba, que sirve para achicar agua? Increíble, pero cierto.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 31 de mayo de 2004