Tanto tiempo esperando un debate televisivo en campaña electoral para esto.
Siempre pensé que un debate televisivo entre políticos era un examen ante la ciudadanía en el que los candidatos debían demostrar su conocimiento sobre los temas que afectan al ciudadano, su capacidad para evadirse de preguntas incómodas y su habilidad para poner en aprietos al contrario.
Nada de esto hemos tenido: todo quedó en una sucesión de preguntas pactadas y monólogos previamente aprendidos.
Para eso hubiera sido mejor sustituir al moderador por una voz en off, buscar en los archivos las respuestas a las preguntas y, con el montaje adecuado, nos hubiéramos ahorrado el tedio; al final, la única emoción era ver si Mayor Oreja o Borrell eran capaces de acabar su pequeño discurso en el tiempo prefijado como si fuera otro concurso televisivo más.
Si me preguntan quién ganó, yo diría que el aburrimiento, y así no me extraña que la gente se abstenga a la hora de votar.
A lo mejor convendría que las cadenas de televisión se llevaran a los políticos en campaña a una casa o a una isla desierta para poder seguirles durante dos semanas y veinticuatro horas al día.
Así tendríamos más claro nuestro voto, las elecciones serían más baratas y daríamos menos importancia al color de las corbatas y a la telegenia.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 3 de junio de 2004