Desde hace un cierto tiempo, poco pero intenso, la frase "por primera vez" puede escucharse o leerse asociada a nombres de mujeres de acreditada valía que asumen cargos públicos de gran responsabilidad. Aleluya. Porque en ningún caso estamos hablando de cualquier mujer (o mujer-mujer) ni tampoco de fémina, horrenda palabra que debería desaparecer del diccionario junto con la expresión sexo débil, tal vez cambiando esta última por la de sexo resistente. Pues aquí estamos, y aquí seguiremos.
Me perdonarán el arranque brioso, pero a una la enerva el más o menos camuflado murmullo de la carcundia con que son recibidos los nombramientos o elecciones de estas Señoras Primera Vez, cuyo impecable historial y enérgica actitud hacen creer que, por fin y seriamente, van a cambiar las cosas para las mujeres que más ayuda necesitan. Por ahí va el asunto de la "discriminación positiva". Para que las que peor trato reciben por pertenecer a nuestro sexo consigan la protección que merecen.
Lo que hay que hacer sólo puede hacerse pronto y bien, desde las leyes, pero hay muchos temas de la mujer que pueden arreglarse también descendiendo a ras de calle. Tengo en mis manos un dossier de la Escalera Karakola, el popular grupo de mujeres que lleva siete años ocupando el edificio número 40 de la calle Embajadores, en el barrio madrileño de Lavapiés. E. K. ha construido espacios colectivos, haciendo comunidad, generando tejido social en un barrio marcado por la exclusión y la precariedad; creando lazos indispensables entre mujeres, lazos más que necesarios para poder reconocerse como sujetos activos en el plano de lo político.
Contiene el informe un proyecto de Centro Social Autogestionado Feminista cuya realización pasa forzosamente por la rehabilitación de la antigua tahona. Las Karakolas necesitan que la Autoridad (si femenina, mejor) platique con el propietario para que el edificio pase a manos de la Empresa Municipal de la Vivienda, de Madrid, antes de que sea pasto de la construcción privada y la codicia inmobiliaria. No estaría mal que alguien, desde su buen poder y su buen querer, echara una mano a las que luchan desde abajo. Eso sí que sería una Primera Vez a lo grande.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 17 de junio de 2004