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GOLF | Open de Estados Unidos

El triunfo de un iceberg, Retief Goosen

Cuando tenía 17 años y estaba jugando al golf con su primo Henri en su pueblo, Pietersburg (Suráfrica), un rayo descargó en el árbol de al lado, bajó por su driver, le desnudó, le mandó las gafas a 30 metros, le derritió los clavos de los zapatos, le fundió los hierros en un amasijo, le dejó los ojos en blanco, vueltos hacia el interior. Se tragó la lengua. Ni respiraba ni se movía. Su primo se creyó que se había muerto. Afortunadamente, en el hoyo siguiente estaba jugando un médico que le extrajo la lengua. Le resucitó. Desde aquel día, hace 17 años, Retief Goosen, que se quedó medio sordo del oído izquierdo y con un corazón loco a ratos, no le teme a los rayos porque no se acuerda de nada de lo que le pasó.

Tampoco le teme a muchas más cosas. Ni siquiera a las burlas con que fue acogida su victoria en el Open de Estados Unidos de 2001. Eran los tiempos en que Tiger Woods era considerado invencible y el triunfo de un casi desconocido Goosen, un jugador menor procedente del circuito europeo, sobre Mark Brooks y Stewart Cink llegó como culminación de un juego de errores y un desempate después de que los tres fallaran sucesivamente putts de un metro en el último hoyo. Los críticos de entonces, de sólo hace tres años, cuando aún la inmortalidad de Woods era dogma de fe golfística, ironizaban tal que así: "Dicen que el dominio aplastante de Woods no es bueno para el golf, pero, bueno, ahora podemos decir con cierta seguridad que es mejor que las alternativas" (leído en el Sports Illustrated de 25 de junio de 2001). Pobre Goosen. Ganar un grande le había convertido en objeto de burla.

El mago Vanstiphout

Pero el tiempo jugaba a su favor. A un hombre herido por el rayo poco más le puede hacer daño. Y, además, contaba con la inestimable ayuda de Jos Vanstiphout, un guitarrista belga de 54 años que colgó su conjunto pop para dedicarse a recorrer campos de golf de medio mundo dedicándose a sofronizar jugadores. Al empezar a trabajar con Goosen, hace seis años, era uno más de vendedores de crecepelos que pueblan los torneos de golf ofreciendo recetas mágicas a los golfistas con dudas -a todos-, con problemas -a todos- o al borde del abismo -a todos, en un momento u otro de su vida-. El éxito con el dorado surafricano, que empezó a ganar torneos con regularidad, convirtió en poco tiempo a Vanstiphout, el paria, en el personaje más buscado y querido por las estrellas, que hacen cola diligentemente en el putting green esperando sus consejos, la reprogramación de sus subconscientes, sus técnicas de relajación, antes de salir a jugar.

Vanstiphout, el mago, consiguió que Goosen, al que le temblaban las manos ante los putts decisivos, se convirtiera en un bloque de hielo imperturbable mientras alrededor se deshacía el mundo. El domingo, cuando todos los jugadores que se enfrentaron al recalentado y endurecido campo de Shinnecock Hills -aunque los organizadores decidieron regar el temible y criticado green del siete entre partido y partido- acabaron desquiciados, erráticos y perdidos -Tiger Woods acabó en +10; Sergio García hizo 80 golpes-, cuando hasta Phil Mickelson, que se sentía tocado por la gracia, hizo un doble bogey de tres putts en el 17º, Goosen fue frío, un iceberg que enchufó todos los putts que le pusieron por delante y acabó ganado su segundo Open. Como Woods, precisamente.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 22 de junio de 2004