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Crítica:

Un americano del siglo XX

En Al otro lado del mar, Ethan Canin relata la peripecia de un judío alemán que emigra a Estados Unidos, en cuyo ejército combatirá durante la Segunda Guerra Mundial. Un relato de aprendizaje que reflexiona sobre el papel de los inmigrantes en la sociedad estadounidense.

La tradición narrativa estadounidense tiende a reflexionar sobre la construcción de Estados Unidos como nación. De hecho, no sería fácil entender la realidad norteamericana sin la ayuda de sus novelistas, que, al mismo tiempo que indagaban sobre el sentido profundo de lo que significa "ser norteamericano", contribuían a crear un imaginario colectivo en el que sus conciudadanos pudieran reconocerse sin dificultades. Ethan Canin no sólo no esquiva esa tradición (y esa responsabilidad) sino que da la impresión de sentirse muy cómodo en ella, y en Al otro lado del mar vuelve sobre dos de los temas centrales de la novelística norteamericana del siglo XX: la incorporación de los inmigrantes a la sociedad y su aportación a la prosperidad del país. August Kleinman, el protagonista, es un judío que llega a Nueva York huyendo del nazismo y que, tras combatir contra los japoneses en la II Guerra Mundial, regresará a Norteamérica para hacer fortuna con una fábrica de cerveza. El dinero y el sentido de pertenencia a la comunidad se nos presentan nuevamente unidos, pero reducir a estos términos la novela sería injusto porque Al otro lado del mar es mucho más que eso.

AL OTRO LADO DEL MAR

Ethan Canin

Traducción de Isabel

Ferrer Marrades

Salamandra. Barcelona, 2004

223 páginas. 12,90 euros

Al igual que la anterior novela de Canin, la excelente De reyes y planetas, tiene Al otro lado del mar mucho de relato de aprendizaje. Su hilo conductor es la capacidad de transformación que demuestra August Kleinman desde su precipitada salida de Alemania hasta su desahogada jubilación en Boston, y el episodio central de su existencia, el que le marcará para siempre, se desarrolla en la oscuridad de una cueva en una isla del Pacífico en la que mata a un soldado japonés a golpes de bayoneta: es ése su descenso a los infiernos. Novela de personaje, Canin busca iluminar todos los recovecos de la existencia de su protagonista (su relación con sus padres pero también con sus hijos, su inmarcesible amor por su mujer, la ambigüedad con que acepta su condición de judío...), y la mejor prueba de su solvencia es que August Kleinman acaba instalándose en la memoria del lector como si fuera alguien a quien éste hubiera tratado y conocido: como una persona real, y no sólo como un personaje de ficción.

Canin es, por otro lado, un

narrador que no desdeña el concepto de estructura. Muy al contrario, la novela está construida sobre un sólido andamiaje de saltos temporales en el que un premeditado efecto de contemporaneidad (el mismo, tal vez, con que se organizan los recuerdos en la mente de un anciano) se combina felizmente con el vigoroso avance de la historia central. El libro se abre con una carta de amor hallada entre las pertenencias del soldado japonés, y acaso eso determine su único final posible: el viaje que Kleinman realiza a Japón para, con medio siglo de retraso, entregar la carta a su destinataria original. Entre ambos momentos, el lector, de la mano de Canin, es llevado al interior del alma de Kleinman, que, al menos en parte, es también el alma de los Estados Unidos del pasado siglo.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 26 de junio de 2004

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