El barroco en su esplendor. Sólo tenía 22 años Händel cuando compuso esta alegoría ante el espejo de personajes simbólicos como la Belleza, el Placer, el Tiempo y el Desengaño. Triunfan en el oratorio el Tiempo y el Desengaño, pero en la experiencia efímera de la representación de anteayer en el Real lo hicieron el Placer y la Belleza, no de inmediato, desde luego, sino a partir de un momento en que las pasiones se adueñaron del espectáculo sin ninguna opción para una vuelta atrás.
El punto de inflexión de una calidad musicalmente correcta al territorio de la intensidad emocional se produjo con el maravilloso cuarteto Voglio Tempo per risolvere. Hasta ese momento, todo transcurría en el margen de lo previsible, con alguna excepcionalidad aislada como el aria Crede l'uom cantada por la contralto Natalie Stutzmann (Desengaño) con una sensibilidad extrema, siendo correspondida por un acompañamiento en consonancia de Les Musiciens du Louvre y su director, Marc Minkowski. Hasta el célebre cuarteto, insisto, la orquesta mostraba su cumplidor nivel de crucero, las dos cantantes femeninas que encarnaban los personajes alegóricos de Belleza y Placer desplegaban una inmensa voluntad, no siempre correspondida por sus medios vocales limitados, y, en fin, el tenor que se hacía cargo del Tiempo estaba varios escalones por debajo del resto. Mantenía el tipo, y de qué manera, únicamente la sensacional contralto Nathalie Stutzmann.
Il trionfo del tempo e del disinganno
Oratorio de Händel. Les Musiciens du Louvre. Director : Marc Minkowski. Con Veronica Cangemi, Anna Bonitatibus, Nathalie Stutzmann y Christophe Einhorn. Festival de Verano del Teatro Real. Madrid, 24 de junio.
Aplausos espontáneos
No es casual que después del cuarteto estallasen los primeros aplausos espontáneos. Minkowski había atizado el fuego y se notaban sus efectos. La tensión se mantendría ya sin altibajos hasta el final. Anna Bonitatibus convencía sobradamente con la conocida aria Lascia la spina, antecedente y primer esbozo de la famosa Lascia ch'io pianga de Rinaldo. Nathalie Stutzmann mantenía su impecable nivel y la argentina Verónica Angemi se iba hacia arriba cada vez con más entrega y corazón hasta el punto de que acabó la representación llorando a lágrima viva, después de una conmovedora versión del aria Tu del Ciel ministro electo. El tenor, en fin, no daba para más.
Minkowski sacó petróleo de su orquesta en el segundo acto, especialmente de la cuerda. Motivó a los instrumentistas resaltando su condición de solistas, cuidó al máximo y siempre con sentido las dinámicas, e introdujo cuando pudo el valor musical del silencio. La energía anímica que desplegó fue una de las bazas fundamentales del estremecimiento que transmitió el concierto.
El éxito fue mayúsculo. Éxito de la belleza, de Händel, de los intérpretes, de una música sublime. El espejo hasta sonreía.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 26 de junio de 2004