En su etapa al frente del Teatre Nacional de Catalunya, Josep Maria Flotats quiso programar un espectáculo del prestigioso director alemán Frank Castorf. El proyecto no llegó a término y Domènec Reixach, respaldado por el Fórum, ha tomado ahora el relevo. Desde hoy y hasta el próximo jueves, el teatro presentará Forever young, su personal e incisiva adaptación de Dulce pájaro de juventud, de Tennessee Williams, ambientada en una isla del Caribe, al calor de los focos de un plató de televisión.
Castorf es especialista en textos clásicos, a menudo novelas, que lleva al teatro pasándolos por su propio tamiz crítico, actualizándolos, recortando y añadiendo textos, con lenguajes escénicos diversos. "Soy ecléctico, pero eso no es nuevo. Ya lo hacía Buñuel", dice. Un balneario es el espacio idílico en el que coinciden los personajes de la historia, centrada en la erosión de la democracia y en el implacable paso del tiempo como elementos centrales. Es un lugar donde aparentemente se está a salvo de todo: hay aire acondicionado y máximas comodidades, se puede permanecer en él toda la vida si se tiene dinero, está reservado para "los ganadores de la globalización que estamos viviendo", señala el director. Pero sus inquilinos sólo están protegidos a medias: nadie les defiende de sí mismos, del dolor que anida en ellos por la pérdida de la juventud. Y a lo lejos, como fantasmas que se intuyen, sienten la presencia amenazante de quienes trabajan para ellos, el peligro de una revolución que acabe con su paz.
La escenografía del espectáculo -que se presentará en alemán, con subtítulos en catalán- recuerda a un plató de rodaje. En su lectura de la obra, Castorf apunta reflexiones sobre cuestiones como las fisuras del capitalismo, la tiranía de la imagen, la torpeza de las políticas de George Bush y la necesidad de no olvidar los propios orígenes y de tener presente el pasado para continuar avanzando.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 28 de junio de 2004