Escuché por primera vez el Vuelo 605 de Ángel Álvarez en la primavera de 1964. Tenía 15 años. Me cambió muchas cosas en la vida. Entre otras, a apreciar todo tipo de música empezando por el folk y terminando por el jazz. Descubrí a Dylan, a Simon & Garfunkel, a Johnny Cash, a Joni Mitchell, a los Moody Blues, a P. F. Sloan, a Frank Sinatra, a Jim Reeves, a Billy Holiday, a Miles Davis, a innumerables más. Me sacó de la vida gris en el Madrid de los 25 años de paz y me llevó volando a Nashville, a San Francisco, a Detroit, a Nueva Orleans, a Liverpool, adonde se hacía la mejor música del mundo. Me abrió los oídos y los ojos a otras sensaciones. Y como a mí, a otros muchos miles de jóvenes.
Y siguió imperturbable, diez, veinte, treinta, cuarenta y cinco años. Todo un ejemplo de envejecer joven. Con 85 años si-
gue igual. El sí que ha hecho real aquello de que los viejos rockeros nunca mueren. Gracias, Ángel; gracias, Charlie. Desde el lunes estaremos sin tu voz, pero seguirá muy vivo lo que nos ayudaste a descubrir.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 29 de junio de 2004