Tras nueve meses de ir pagando con la tarjeta, he conseguido que el banco me regale una radio-despertador, ventaja que se añade al pago a primeros de mes sin intereses (todos conocemos el desinterés bancario).
Me pongo, entonces, a calcular cuán doloroso me ha resultado este parto porque, digo yo, que el comerciante habrá de repercutir en el precio lo que los vampiros le cobran a él cuando el cliente usa la tarjeta; ¿o no?.
Del muestreo que he realizado resulta que, dependiendo del tipo de establecimiento, los prestamistas aplican diferentes comisiones, oscilando entre el 1,35 (a gasolineras y grandes superficies) y el 5% (a pequeños comerciantes). Aunque también sucede que si por los enclaves de los hipercomercios los beneficios de las sanguijuelas se incrementan sobremanera, llegan a no cobrarles nada, pactando las compensaciones por otras vías que no he podido averiguar.
Sigo con el problema: Cada punto que me dan por utilizar la tarjeta me cuesta, según los estadillos del banco, 6 euros. Una sencilla regla de tres me informa que he de haber comprado mercancías por valor de 4.350 euros para obtener los 725 puntos por los que que mi usurero me regala la radio... que en una tienda cuesta 16 euros.
Si aplico el porcentaje más bajo (el 1,35%) a los 4.350 euros, resulta que el regalo me cuesta la friolera de ¡58,72 euros! Dice Virgilio en La Eneida, cuando cuenta lo del Caballo de Troya, que los troyanos no se fiaban de los aqueos ni cuando llegaban con regalos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 2 de julio de 2004