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Crítica:

Ni tan perverso, ni tan astuto

Alfonso Guerra ha escrito unas memorias en las que al desandar su vida personal y política dibuja el retrato de una generación. Narrados los años infantiles y de formación, el ex vicepresidente pasa a ofrecer datos reveladores sobre los entresijos de la política española de antes y durante la transición, así como de la renovación del PSOE. El libro guarda pasajes llenos de vivacidad y sinceridad pero deja que desear en su apreciación sobre ciertos temas, como el 23-F.

¿Por qué los políticos españoles actuales no escriben buenas memorias? Varias de la transición resultan de interés pero, por desgracia, las de dirigentes socialistas resultan más bien irrelevantes. Merecen este calificativo en especial las de Castellanos, Barrionuevo y Bustelo, pero podría considerarse válido incluso para las de Peces-Barba y Semprún, a pesar de su considerable valía intelectual.Da la sensación de que se pueda emprender la tarea de escribirlas sin documentos a la mano, sin autocrítica y sin preguntarse por la esencia de la propia trayectoria. El resultado suele dar la impresión de desgana, liquidación de cuentas con el adversario o de tarea obligada pero ingrata. De ello deriva la importancia de la entrevista colectiva a los dirigentes socialistas realizada por María Antonia Iglesias.

CUANDO EL TIEMPO NOS ALCANZA. MEMORIAS, 1940-1982

Alfonso Guerra

Espasa Calpe. Madrid, 2004

376 páginas. 20 euros

La valía de los ensayos políticos de Alfonso Guerra es modesta. Sus memorias, prometidas desde hace tiempo, resultan más interesantes y no sólo por su centralidad en el proyecto socialista sino porque sin llegar a acercarse a la profesionalidad que, al enfrentarse con la tarea, testimonian los políticos anglosajones, llega a alcanzar un nivel de autenticidad y de novedad informativa encomiables. Muchos detalles informativos no siempre menudos aparecen en las páginas que ha escrito. Falta la reflexión de fondo sobre la propia trayectoria, la enjundia ideológica y sobran las pequeñas pullas personales a los compañeros de partidos. Pero éste es un libro que merece la pena leer.

Alguien debiera convencer a los rectores de Memorias que la descripción de la infancia propia no resulta de tanto interés para el prójimo y que el descubrimiento de la sexualidad ha sido ya relatado tantas veces que aburre al lector. Pero los años juveniles del futuro vicepresidente están narrados con vivacidad y sinceridad. Su apego a la cultura suena fatuo y amateur (cuando narra, por ejemplo, sus lágrimas ante las murallas de Babilonia), pero describe bien un talante generacional.

Si la etapa inicial en la direc-

ción del PSOE hubiera merecido mayor autocrítica y documentación, hay, en cambio, en el libro, a partir de 1975, información interesante sobre la política de la transición. Protagonismo esencial de sus páginas son las relaciones con Felipe González. Guerra transparenta un deje de melancolía y de fragilidad en ella. Presenta su complementariedad con quien fue presidente como producto de la capacidad comunicadora de éste y su capacidad de trabajo o estudio. Se tiene la sensación, no obstante, de que la dirección siempre estuvo en manos de Felipe González, más hábil y más capaz de descubrir e imponer la línea propia, a pesar de que el autor denuncie posiciones y actitudes concretas.

Queda patente, además, la que ha sido aportación objetiva de Guerra a la política española. Fue capaz de percibir de forma muy inteligente y constructiva situaciones peligrosas en momentos decisivos y darles solución. Lo antedicho vale sobre todo para la elaboración de la Constitución o el modo de abordar la crisis interna del PSOE en 1979. Pero siempre se citarán, en adelante, sus juicios acerca de Fernando Abril, la peculiaridad de la relación entre Suárez y González o su enfoque de la campaña electoral de 1979 respecto a la de 1977. Y, al mismo tiempo, en contradicción con esa claridad de enfoque, el libro revela que Alfonso Guerra creyó y aún sigue creyendo en serio algunas cosas poco dignas de tomar en consideración por parte de un historiador. Por ejemplo, la participación de la Conferencia Episcopal o la Embajada norteamericana en el 23-F. En términos políticos actuales resulta oportuno llamar la atención acerca de la reticencia frente a la evolución del Estado de las autonomías de quien hoy preside la Comisión Constitucional en el Congreso de los Diputados.

El libro de Alfonso Guerra concluye en 1982, cuando va a asumir una vicepresidencia a la que -según él mismo, no González- se muestra renuente. Siendo importante (pero mejorable) lo que nos cuenta hasta ese momento, más lo resultará un nuevo tomo. De momento, el juicio acerca del personaje mejora con respecto a sus anteriores incursiones literarias. Se ratifica su condición de buen (e incluso imprescindible) segundo. Lo que no acaba de percibirse es aquello que le han reprochado sus adversarios en el seno del socialismo: la ausencia en él de un verdadero programa alternativo en vez de esa guerrilla permanente por el poder aderezada con gotas de demagogia. Ex compañeros de Gobierno han afirmado haberlo sentido diariamente. Habrá que esperar a leer su propia versión.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 3 de julio de 2004

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