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Editorial:

Colombia habla de paz

El panorama de las negociaciones de paz en Colombia parece haberse aclarado notablemente. El 1 de julio comenzó en una llamada zona de ubicación en el norte del país, de 368 kilómetros cuadrados, la concentración de los dirigentes de las autodefensas o contraguerrilleros al servicio de los intereses latifundistas, con los años convertidos en señores de la droga y el crimen, para adelantar conversaciones de paz con el Gobierno del presidente Uribe. Paralelamente, se sabe que hay contactos con el ELN, segundo movimiento guerrillero, de origen marxista como sus hermanos mayores de las FARC, que incesantemente también Bogotá asegura que se hallan en fase de bajamar, aunque absurdo sería pensar que estuvieran próximamente abocados a la derrota.

Los paras negociarán con el poder en los próximos meses la desmovilización y la reintegración a la sociedad de unos 10.000 o 12.000 efectivos, a cambio de lo que se da por sentado que va a ser una amnistía de hecho a su prolongada carrera criminal. ¿Qué puede hacer el presidente colombiano para liquidar el cáncer contraguerrillero y dedicarse, entonces, a destruir militarmente, como pretende, a las FARC que aún se supone que dirige Manuel Marulanda?

Aunque en el Congreso anda un proyecto de ley para resolver jurídicamente el problema, a nadie se le oculta que ningún jefe guerrillero se entregará si no se anula cualquier posibilidad de extradición a Estados Unidos, que reclama la custodia de más de una docena de ellos por secuestro, masacre y narcotráfico. Ese perdón general hacia el que parece caminar Uribe, pese a que siempre afirma lo contrario, no puede caer bien en la UE, aunque ya casi nadie defienda a unas FARC que son una pandilla de bandoleros que viven de la droga.

Democracia y paz con los paras no parecen conciliables, pero hay que dar un margen de confianza a un Gobierno que aún no ha enseñado todas sus cartas. Lo que ofrezca Uribe a los alzados determinará cuál es su idea de lo democrático. Un perdón ilimitado sería inaceptable y, además, parecería dar pábulo a la tantas veces mencionada vinculación de Uribe a la contraguerrilla.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 3 de julio de 2004