Cada verano voy a mi pueblo, en el Empordà, y por las mañanas camino cuatro kilómetros para llegar a una playa virgen y nudista donde me paso el día leyendo, buceando, ligando, riendo, reflexionando, cantando, caminando..., todo esto bajo el sol y la brisa marina. Ahora resulta que quieren construir allí una urbanización... ¿Qué pasa?, ¿es que estamos locos y no sabemos lo que queremos? Yo sí sé lo que quiero: quiero pensar cada año de mi vida que esa playa me está esperando para poder ser yo durante 15 días al año, pues los otros me los paso en Barcelona trabajando con la única ilusión de poder volver a mi playa y sentir el animal que llevo dentro.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 8 de julio de 2004