Desapercibido para los visitantes, Julio Ríos (Pamplona, 1942) es toda una institución en la ciudad y ello le ha valido el reconocimiento de sus convecinos, que recibió ayer. De él depende la seguridad del encierro desde hace 47 años, cuando comenzó a instalar las tablas del vallado. Más de 600 piezas de pino roncalés conforman actualmente ese inmenso puzzle que transforma diariamente la morfología del casco viejo de Pamplona.
Pregunta. ¿Cómo se siente tras el homenaje?
Respuesta. Muy nervioso, pues no estoy acostumbrado a este tipo de actos. Lo mío es instalar el vallado y vigilar la seguridad para que no haya problemas durante el encierro.
P. ¿Pesa la responsabilidad?
R. Sí, porque se trata de algo muy serio. Además, con la masificación de las fiestas el trabajo es cada día más difícil, ya que muchos de los que vienen no te dejan trabajar con normalidad.
P. ¿Ha pasado miedo en algún momento de los encierros?
R. Todos los días paso mucho miedo hasta que el encierro termina porque no sabes cómo va a salir todo.
P. ¿Qué se siente el día 14 de julio cuando los encierros han concluido?
R. Una inmensa pena. Eso sí, no me gustaría que los sanfermines se prolongasen más porque el trabajo que realizamos la cuadrilla de 60 operarios es matador. Es tanta la tensión que vivimos que el día 14 de julio yo engordo siempre unos dos kilos, así que imagina cómo pasamos las fiestas.
P. ¿Se considera un hombre con muchas tablas en los encierros?
R. (Risas) Yo soy, estrictamente, un hombre con muchas tablas. Después de 47 años montando centenares de maderas, creo que se me puede calificar así.
P. ¿Le queda algún deseo en su profesión?
R. Cumplir las bodas de oro y luego ya veremos. Eso sí, sin perder el contacto y siempre con un ojo puesto en el encierro y con los amigos y compañeros de toda la vida.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 9 de julio de 2004