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COLUMNA

Diario

Soñé que las casas de la ciudad se juntaban unas con otras y desaparecían las calles. Cuando salías del portal de tu casa, entrabas directamente en el portal de la de enfrente, y la ventana de tu dormitorio estaba pegada a la de otro dormitorio en vez de dar a un patio. La gente iba desconcertada de unas habitaciones a otras, de unas casas a otras, buscando una salida y al poco se perdían en aquel laberinto de pasillos y habitaciones. Cuanto más céntrica era tu vivienda, más atrapado estabas en aquella especie de masa hueca en que se había convertido la ciudad. Entonces, un grupo de personas, liderado por un historiador que vivía en el 3º C (¿por qué un historiador?, ¿por qué el 3º C?), decidió emprender una exploración en busca de la periferia, pero como era imposible saber si se viajaba en línea recta o en círculos, se perdieron al poco de salir.

Incapaces de regresar al punto de partida, los exploradores se quedaban a vivir en cualquier casa y abrían cualquier armario y se duchaban en cualquier cuarto de baño. No había modo de expulsar a nadie, pues no había afuera. Desde las azoteas se veía una techumbre infinita, llena de sierras, de picos, de irregularidades. Algunos expedicionarios decidieron dirigirse hacia la periferia a través de los tejados y las azoteas, en busca del campo, pero tampoco regresaron nunca. Entonces se me ocurrió telefonear a un hermano de mi padre que vivía en el borde de la ciudad y me dijo que ya no había borde, pues del mismo modo que se habían agrupado las casas, también las ciudades se habían juntado unas con otras y resultaba imposible saber dónde terminaba aquel conjunto de ladrillo.

Cuando había mucho silencio, escuchábamos pasar el metro por debajo de nosotros, pero no sabíamos cómo se accedía a él ni quién lo conducía. Tampoco estábamos seguros de que fuera el metro, la verdad, pero a algo teníamos que atribuir aquellos ruidos subterráneos. Me desperté a media noche y me asomé a la ventana. La calle estaba en su sitio, pero ya no me acosté por miedo a que, si me dormía, se realizara la pesadilla. De todos modos, estuve todo el día con la impresión de que en mi vida real, como en el sueño, no hacía otra cosa que buscar un borde, un labio, un margen.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 9 de julio de 2004