Una de las cosas que más aproximan, desde el punto de vista estético, las carreteras españolas a las del norte de África es el basurero lineal en que se convierten las cunetas de todo tipo de rutas. Desde que uno cruza los Pirineos se nota que se avanza hacia el sur de la península Ibérica a medida que crece el volumen de detritus acumulados en cunetas y medianas. Es evidente que los primeros culpables de estos vertederos a cielo abierto son los automovilistas, a quienes las autoescuelas no les enseñan a guardarse los desperdicios para arrojarlos después a una papelera o a un contenedor, ni la escuela primaria o secundaria -pública o privada, que tanto da- tampoco parece imbuirles estas mínimas normas de ciudadanía.
Pero ello no exime a los responsables políticos de poner los medios para que el paisaje de nuestras carreteras no se inserte definitivamente en el tercermundismo. Ayuntamientos, comunidades y Gobierno podrían hacer sin duda mucho más.
La limpieza tal vez no sea la prioridad de prioridades, pero es evidente que es el espejo más patente para medir el grado de conciencia cívica de una comunidad y de su respeto primario por eso que se llama medio ambiente, además de mostrar a las claras los niveles de educación ciudadana.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 15 de julio de 2004