Me refiero a la carta del pasado 15 de julio, de Laura Rodríguez, en la que ante su sensación de indefensión ante las empresas como consumidora nos recomienda que nos dirijamos a los Centros de Atención al Consumo. No quisiera, de ninguna manera, segar de raíz lo que no deja de parecer un rayo de esperanza en su particular calvario. Tampoco quiero alargar esta carta con experiencias y casos personales similares (en este caso no debido a un automóvil sino a los pantalones que en una tintorería me dejaron a la moda, es decir, estilo pirata). Según parece, los Centros de Atención al Consumidor lo único que pueden hacer (y reconozco que es bastante) es intentar mediar y llegar a un acuerdo de buena voluntad con la empresa presuntamente causante del prejuicio. Por supuesto, la empresa no tiene por qué aceptar esa mediación. De hecho, puede no aceptarla y punto, simplemente dando la callada por respuesta. En estos casos, el Centro de Atención al Consumidor informa al consumidor lo que éste ya conoce tres o cuatro meses antes de empezar con todo el proceso: "Puede Vd. acudir a la vía judicial".
Quizá sea ése el motivo por el que la tintorería me dijo, nada más comentar el problema, "si quiere Vd. reclamar, reclame". Supongo que pensarán que los jueces no tienen nada mejor que hacer que delimitar la responsabilidad de una tintorería cuando devuelve unos pantalones cuatro dedos más cortos de lo que medían cuando se hicieron cargo de ellos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 17 de julio de 2004