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COLUMNA

Gigantes

Hay una frase de Raymond Abellio que dice: "Te equivocas al dar tamaño al drama: lo empequeñeces"". La cita la encontré en un libro dedicado al mundo (fascinante) de los enanos y me pareció entonces, igual que ahora, un ejemplo de justa medida, de sentido común y de sagacidad. Nada peor que la retórica y la prosopopeya para banalizar el asunto más grave, reducir al ridículo la más heroica acción o convertir en mero chascarrillo el suceso de mayor trascendencia (por ejemplo, la llegada del hombre a la Luna, ese gran chascarrillo deportivo-científico). Nada peor que la desproporción porque, en el fondo, todo es naturalmente, esencialmente desproporcionado.

Pero el tamaño, a veces, sí que importa. El tamaño del drama del gigante de Altzo quizás no fue mayor que el del resto de hombres y mujeres condenados a vivir y a morir sobre la costra de este hermoso planeta emporcado. Pero el tamaño de su cuerpo marcó, inevitablemente, su biografía de principio a fin. Se llamaba Miguel Joaquín de Eleicigui, nació en 1818 en Altzo, municipio cercano a Tolosa, y murió 43 años más tarde, tras haber exhibido como atracción de feria sus desproporcionados 2,45 metros de estatura por las principales capitales de Europa. Es claro que Eleicegui fue el vasco más grande de la historia, y es justo que en su pueblo hayan organizado una curiosa exposición sobre su desventura humana. En la muestra su pueden rastrear sus grandes pasos a través de las cortes europeas (los monarcas han disfrutado siempre con los fenómenos de la naturaleza), además, por supuesto, de todas sus medidas de excepción. La exposición de Altzo puede ser una magnífica oportunidad para reflexionar sobre el destino de los grandes hombres que, voluntaria o involuntariamente, se apartan de la norma.

Al gigante de Altzo le sucedió lo mismo que a la canadiense Anna Swan, la mujer moderna más grande del mundo. Con sus casi dos metros y medio de estatura, trabajó en el famoso circo neoyorkino de Phineas Barnum y entre exhibición y exhibición tuvo tiempo para escribir unas maravillosas Normas de conducta para gente normal en presencia de gigantes. Una de las más detestables imbecilidades que pueden cometerse delante de un gigante, nos explica Anna Swan, es preguntarle cosas como: "¿Qué tal tiempo hace por ahí arriba?" Los gigantes, dice Anna, "mienten sobre su altura: es su manera de agradar al mundo". La giganta, seguidora de Darwin y lectora de los poemas de Whitman, escribió poco antes de morir: "He aceptado mi destino. Nací para que me tomaran medidas y no encajo en ninguna parte. Tal vez en el cielo haya más sitio". Allí se habrá encontrado con el pobre Eleicegui. La parada de los monstruos del Barnum, mientras tanto, se representa hoy, a todas horas, en las pantallas de televisión. El mundo, al parecer, ha cambiado muy poco desde entonces y es probable que Anna Swan y el gigante de Altzo tendrían que ganarse nuevamente la vida en un circo.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 24 de julio de 2004