Cualquier radical diría que la Iglesia católica no debería entrar en un tema como éste ya que, precisamente las Iglesias están llenas de prelados homosexuales, y la sabana blanca, con la cual los obispos norteamericanos han cubierto la plaga de pederastas que desde las Iglesias, con la excusa de ocuparse de los menores, cometían horrores, les desautoriza a tomar cualquier posición. Muchos católicos pensamos que la conciencia católica no puede pasarse la vida rechazando una realidad cotidiana. La homosexualidad es un estado natural.
Si la Iglesia no los hubiese rechazado como algo repulsivo, posiblemente, los homosexuales tendrían una sexualidad tan natural como cualquier otra pareja heterosexual. En mi opinión la Iglesia debería tener en cuenta que el mayor numero de homosexuales son conservadores, católicos, licenciados, dirigentes de empresas y del mundo de la Banca que van cada domingo a misa puestos de corbata. Y que los desfiles del orgullo gay son solamente grupos de personas que se ganan la vida dentro del espectáculo. Ni son todos los que están ni están todos los que son. Si partimos de la idea que el matrimonio termina siendo un contrato privado entre dos personas, por qué negarse al deseo de los contrayentes. En cuanto a la adopción solo hay que hacerse una pregunta ¿Qué es lo mejor para un menor, crecer en la indigencia de la soledad o en el amor de una pareja?
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 30 de julio de 2004