Siendo profunda y estridente la última crisis del socialismo valenciano (aún está ahí pese a las forzadas sonrisas de la foto congresual y la cohesión pegada con saliva por la expectativa de extender la realidad electoral de España al ámbito valenciano) nunca transfirió sus desavenencias internas a las Cortes, como acaba de hacer el sector parlamentario popular afín a Eduardo Zaplana para marcarle el territorio a Francisco Camps en vísperas de la remodelación del Consell. Aunque también es cierto que, a tenor de los datos de las últimas elecciones, estas convulsiones orgánicas no afectan electoralmente por igual al PP que al PSPV, y que los socialistas nunca contaron en sus filas con un tipo como Zaplana, que es capaz de dinamitar a su propio partido si con la explosión logra retener la capacidad de influencia que tuvo hasta que dejó la presidencia de la Generalitat. El desplante realizado por los diputados zaplanistas a Camps el martes, cuando, recién ungido por Rajoy, se iba a debatir uno de los planes más ambiciosos de su gobierno, ha marcado un hito esperpéntico en la historia de la política indígena. Pero también es la prueba de que a Zaplana no le queda otra salida que el terrorismo parlamentario para tratar de salvar algunas parcelas de poder que le permitan apuntalar el maltrecho blindaje de su vulnerabilidad, cada vez más expuesta a la intemperie y a los roedores. Es la manifestación de que su posición orgánica es de extrema debilidad y que los cauces normales de la negociación ya no sirven a ninguno de los dos bandos en liza, como había exigido al principio Rajoy, quien quería una solución pactada para el conflicto que enfrenta a los populares valencianos tras la sucesión de su líder. A Zaplana los acontecimientos que siempre dominó con su voraz intervencionismo han terminado por estropearle el escenario imperial al que parecía impulsado por el compostaje y los lixiviados de su truculenta gestión. Ahora ha iniciado el tramo de las asonadas, los bonzos y las sediciones. ¿Qué trata de evitar con su desesperada estrategia? ¿El desfile de su frondoso fondo de armario por los juzgados? O así.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 31 de julio de 2004