El PP pone todo su afán en tratar de suprimir las señas de identidad de los madrileños. Álvarez de Manzano enterró los adoquines que quedaban y la pequeña sección de las vías de tranvía en Quevedo esquina Arapiles. Para mayor INRI, se quitaron también los quioscos, incluido el que había en Cibeles frente del Banco de España; su terraza grande hacía las delicias a Hugh Thomas. Y ahora, Ruiz-Gallardón va a entrar a saco en el Palacio de Comunicaciones, uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad. Esperemos que haya una ley que proteja a su interior precioso. El Rastro también está a punto de caer en sus garras. Todo esto deja a Madrid menos agradable y menos habitable.
Durante la Guerra Civil, el abuelo de Gallardón se encontraba entre las fuerzas hostigando a Madrid con obuses desde el cerro Garabitas en la Casa de Campo. Al parecer, su nieto no quiere quedarse a la zaga.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 13 de agosto de 2004