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Crítica:

Los cuerpos estriados

La voluntad creadora de los artesanos de África tiene poco que ver con lo que en Occidente llamamos arte. Pero el resultado, principalmente esculturas y máscaras, tiene una alta calidad estética como se puede ver en una importante muestra en Mallorca.

Un brujo de la etnia bembe, en la actual República Democrática del Congo, insertó hace dos siglos uñas y cabellos del difunto en el año de una primorosa escultura que debía servir como relicario. La acción conllevaba la entrada del espíritu del fallecido para que fuera venerado por sus descendientes. ¿Es lícito juzgar esta pieza según el canon estético occidental? África. La figura imaginada, exposición que inicia en Mallorca un periplo que continuará en Tarragona (septiembre y octubre), Valencia (de noviembre a enero) y Zaragoza (de febrero a abril de 2005), nos coloca ante los eternos dilemas de la mirada etnocéntrica. Un total de 166 piezas, básicamente esculturas y máscaras con la cara y el cuerpo humanos como motivos iconográficos, componen una muestra que deslumbra y que no cesa de interrogarnos. Su diversa procedencia incluye, entre otras instituciones, el British Museum, el Africa Museum de Tervuren (Bélgica), el Museo Nacional de Etnología de Lisboa, el Museo Nacional de Antropología de Madrid y colecciones particulares.

ÁFRICA. LA FIGURA IMAGINADA

Fundació "la Caixa"

en las Baleares

Plaza de Weyler, 3

Palma de Mallorca

Hasta el 29 de agosto

Ante los ojos del visitante se exhiben piezas procedentes de 16 etnias del centro y el oeste africanos -desde la sofisticación guerrera del arte de Benin hasta las abstracciones faciales de las etnias kota de Gabón, que encandilaron a Juan Gris-. Cinco siglos de producción en vastos espacios incomunicados obligan a preguntarse si existe un cuerpo (corpus) común en el arte africano. A riesgo de dejar al margen numerosos detalles, es innegable que sí hay marcas compartidas. Sobre todo eso, marcas. Porque la figura africana es, entre otras muchas cosas, un espacio estriado, en el que las escarificaciones realizadas en la madera reproducen las incisiones sufridas en la carne para imprimir los tatuajes y hacerlos imperecederos. La abstracción geométrica de esos surcos, constante en la mayor parte de culturas, aleja toda tentación de reducir el arte africano a un naturalismo simplista.

Luego están los ombligos.

Enormes, esplendorosos ombligos que transmiten la unión física entre las generaciones, la energía de la vida que trasciende los cuerpos individuales. Toscos ombligos como espejos gigantes entre los kongo o ganchudos y estilizados como los de los lulua. Están asimismo las bocas prominentes, de las que se ha escrito que son el principal motivo expresivo del arte africano. Hay además una vocación común por la simetría, por la disposición en un eje vertical que articula cada objeto mirando fijamente hacia delante.

Y hay voluntad artística, aunque ésta fuera un impulso secundario en los artífices de estas obras destinadas a cumplir objetivos muy precisos, escasamente estéticos. Para cerciorarse conviene contemplar algunas esculturas de perfil y apreciar su búsqueda del equilibrio en el juego de masas formado por los senos y las nalgas de las mujeres representadas. Sólo un artista obraría con este propósito. Por alguna razón estamos ante la matriz de la que brotó gran parte de la vanguardia escultórica del siglo XX.

Algunas escuelas sugieren que, para disfrutar del arte africano, no se requiere disponer de un armazón conceptual como el que poseemos sobre nuestros periodos artísticos occidentales. Vale también esa contemplación pura, pero aquí nos decantamos por las tesis del antropólogo Franz Boas, quien entiende que siempre será mejor si la mirada sobre África se asienta en el conocimiento.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 14 de agosto de 2004